Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Page 23
Sin cadenas que te mancillen
23
podrá usted refrescarse, cambiarse de ropa y disfrutar de un
excelente desayuno. Después de una hora de descanso verá
el mundo de una manera diferente. Mientras comparecerán
los invitados. Celebraremos la reunión esta misma mañana.
Puede pensar que es algo precipitada, pero para mí también
el tiempo es dinero.
Dos horas más tarde, una docena de hacendados vestidos con
trajes de seda con estampados de colores recibieron al anfitrión
y a su huésped en el salón principal de la mansión. Eran los
grandes negociantes locales de la madera. Desde el estableci-
miento de sus antepasados cien años atrás, se consideraban
la aristocracia natural del lugar. Y no dejaban de considerar a
Bartlett como un recién llegado, que además se creía más im-
portante que ellos. Habían aceptado su invitación para conocer
al financiero londinense y salir de su rutina.
Dyer los iba saludando con educación. Pero el visitante cen-
traba sus ojos en la decoración. La juzgó anticuada. Reparó en
los malgastados objetos puestos de forma compulsiva sobre el
mármol del mostrador pedestal que se apoyaba en una pared:
botellas viejas de cristales azules, piezas de cubertería de plata ya
oxidadas, animalitos en loza fina algo desportillados. Sin duda
eran los restos salvados de un mundo que se había hundido con
la guerra americana. Lo que más le gustó de la sala fue la mesa
principal de mármol, las cortinas de seda azul claro y, por enci-
ma de todo, el gran arcón oscuro de caoba; su cuerpo principal
presentaba incrustaciones de panes de oro que combinaban con
los dorados del gran espejo que presidía la pared de enfrente. Sí,
había ideas válidas de decoración en esa mansión del trópico.
Bartlett procedió a la presentación de su invitado con una
elocuencia tan anticuada como su vestuario y gustos decorati-
vos. Luego le cedió la palabra. Dyer emprendió su discurso con
el tono retórico y ampuloso con que se dirigía a sus potenciales