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Sin cadenas que te mancillen
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vez bien asentado, alguna de sus hijas se casaría con un noble
empobrecido y sus nietos lucirían títulos nobiliarios. Si estan-
do en Jamaica aceptó la invitación de un pequeño potentado
local para viajar al nuevo territorio, esto no estuvo motivado
solo por aumentar su red de negocios, sino para ver de cerca
la vida en una gran mansión igual a la que aspiraba, y que su
ajetreo financiero y los prejuicios de clase imperantes tanto en
Inglaterra como en Jamaica le habían privado de conocer de
primera mano. Ahora sería el huésped de un gran propietario,
aunque este fuera tropical.
Estaba cansado por el viaje, pero durante el recorrido, Bartle-
tt no dejaba de incomodarle con su conversación. Pensaba que
los bosques se podían desbrozar con facilidad y convertirse en
propiedades fértiles. La franja litoral era llana, sin montañas, y
el clima y el terreno eran muy semejantes a los de su añorada
Virginia. Acumulaba experiencia en ese cultivo y la certeza de
que en sus nuevas propiedades podría crecer la caña de azúcar y
el tabaco con facilidad. Pero no sabía si semejante aumento de
la producción causaría problemas a los plantadores de Jamaica.
Dyer salió de su ensoñación y se dirigió a él con tono amable
y sonriente:
—¿Es usted de Virginia? Por el acento ya había deducido que
usted proviene de las excolonias. Pienso que en todas partes
solo se pueden alcanzar mejoras con hombres con su empuje
e ideas. Y espero que mi pequeño impulso le sea de gran ayu-
da. –El financiero, siempre que se entrevistaba con potenciales
clientes, los adulaba sin ningún escrúpulo–. En cuanto al azúcar
no tiene usted que preocuparse: su precio ha bajado mucho en
los últimos años. En el pasado solo los boticarios recurrían a
él para sus preparados, pero ahora todo el mundo lo consume
a diario y en grandes cantidades. Se cuenta que hay gente que
pone tanto en el té que la cucharilla se puede sostener fija en