Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Page 16
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José Luis Pérez Gómez
un pescador semidesnudo reparando una red. Lo saludaron con
alegría, pero este no les correspondió.
A la izquierda de la desembocadura el paisaje era distinto.
Los árboles habían sido talados y los manglares eliminados de la
orilla. Parecía que el nuevo mundo aún estaba por desarrollarse.
En esa sección de la población no se veía ninguna construcción
humana salvo una verja que rodeaba una pequeña parcela. Lue-
go supieron que era el recinto del cementerio. Pero la idea de la
muerte no le rondaba a ninguno por la cabeza.
Ajeno a la emoción de sus compañeros, un hombre recio
de cabellos oscuros, expresión aguda y perspicaz, nariz y man-
díbula prominentes, envuelto en una elegante capa amarilla,
protestó de forma imperiosa al oficial que dirigía la maniobra
de atraque del buque.
—Espero que no encallemos. Nos aproximamos mucho a
la costa.
El oficial se giró molesto por ser importunado en ese mo-
mento tan delicado. Su malestar aumentó al distinguir a su
interlocutor.
—No se preocupe, señor –argumentó con tono seco–. La
bahía es muy profunda y podemos acercarnos a la costa sin
problemas. Pero en cualquier caso mantengo un hombre a proa
sondeando la profundidad del mar. Yo tampoco quiero encallar.
El viajero no cejó en sus demandas de información.
—Y ¿dónde vamos a desembarcar? No veo siquiera un triste
malecón.
El oficial se desentendió por un momento de él. Acababa de
atender la voz del marinero que indicaba la marca de cuarenta
brazas de profundidad, por lo que ordenó arriar velas y tirar el
ancla. Solo entonces habló:
—De momento la población no lo necesita. Vea, señor, en
esa zona de la playa a la izquierda de las casetas de los pesca-