Sin cadenas que te mancillen Sin cadenas que te mancillen_TEASER | Page 14
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José Luis Pérez Gómez
—Los marineros y sus supersticiones –replicó el soldado,
molesto–. No me extraña que echaran a Jonás por la borda.
Anda, sigue cosiendo tus redes y deja tranquilos a los demás.
El viejo se calló de momento. Dio un par de puntadas antes
de contradecirlo.
—Muchacho, ¡no conoces los huracanes del Caribe! No creo
que hayas experimentado cómo de repente los vientos soplan
con fuerza incontenible, el mar se hincha y ruge como si te
hallaras en medio de una batalla; ver llegar la noche en pleno
mediodía y navegar durante días interminables azotado por un
temporal, temiendo que en cualquier momento la nave se rom-
pa en mil pedazos. Si lo hubieras padecido, no te burlarías de
las pistas que conocemos los marineros. –Luego su tono se hizo
todavía más áspero–. Y además los que echaron a Jonás obraron
bien. El profeta navegaba huyendo de los planes divinos. Y el
Señor exteriorizó su enfado mediante la tormenta. Lee la Biblia.
La nave navegaba con lentitud en dirección a la capital del
nuevo territorio británico en Honduras. Era una goleta de dos
mástiles con las velas de cuchillo desplegadas de proa a popa.
Tal como decía el soldado, las velas eran blancas pero, contem-
plando desde la orilla, el sol naciente las enrojecía y ennegrecía
el contorno de la nave, dándole el aspecto siniestro que había
indicado el marinero.
Dentro del navío reinaba una gran excitación. Los pasajeros
observaban emocionados el bosque tropical que se alzaba ma-
jestuoso ante ellos. Se les presentaba como un muro denso e
ininterrumpido de ramas y hojas. Árboles de más de cien metros
de altura crecían sin dificultad. De sus copas descendían largos
zarcillos hasta la tierra en busca de agua y nutrientes para los
troncos que los habían engendrado. Para los recién llegados
aquel paisaje era un nuevo jardín del edén. O uno surgido de
la mitología clásica, y a nadie le hubiera extrañado que aquel