– ¡No sé qué decir, señor!… Nunca
había visto tanta riqueza.
– Así es – contestó educadamente
el hombre – Soy muy afortunado,
pero quiero contarte cómo he con-
seguido todo esto que ves. Nadie
me ha regalado nada y sólo espe-
ro que entiendas que es el fruto de
mucho esfuerzo.
El comerciante, que se llamaba
Simbad, relató su historia al intri-
gado muchacho.
– Verás… Mi padre me dejó una
buena fortuna, pero la malgasté
hasta quedarme sin nada. Enton-
ces, decidí que tenía que hacerme
marino.
– ¿Marino? ¡Guau! ¡Qué maravilla!