SIMBAD EL MARINO
H
ace muchos años vivía en
Bagdad un joven que te-
nía por oficio llevar mer-
cancías por toda la ciudad.
Todos los días acababa agotado
de tanto cargar cajas y se lamen-
taba de que, lo que ganaba, no le
servía para dejar de ser pobre.
Un día, al final de la jornada, se
sentó a descansar junto a la puerta
de la casa de un rico comerciante.
El hombre, que estaba dentro, le
oyó quejarse de su mala suerte en
la vida.
1
– ¡Trabajar y trabajar, es lo único
que hago! Al final del día sólo con-
sigo recaudar tres o cuatro mo-
nedas que apenas me dan para
comprar un mendrugo de pan y un
poco de pescado ahumado ¡Qué
desastre de vida la mía!
El comerciante sintió lástima por el
chico y le invitó a cenar algo ca-
liente. El muchacho aceptó y se
quedó asombrado al entrar una
vivienda tan lujosa y con tan ricos
manjares sobre la mesa.