José estaba desesperado, miraba al Cristo que lo observaba fallar con la misma expresión de siempre y sentía que lo nombraba como le decía su difunto padre, “Pepito, dame una mano por favor”. No importaba cuanta pericia intentara, el tornillo no cedía terreno sino que falseaba, y cada vez se desgastaba más. Tendrían que agujerear la pared, pero él no tenía ninguna agujereadora a mano y no tenía tiempo para ir a buscar una a su casa. Necesitaba liberarlo al instante y buscó la última opción que le quedaba; fue al patio y volvió con una pala. Tenía más de setenta años, pero nunca había perdido ese resto físico que en su juventud le había ganado el respeto de los muchachos del club, ese que hacía que lo vitorearan cuando hacía el pase gol después de haber corrido toda la cancha. Tomó la pala con las dos manos y retrocedió algunos pasos. Tres, Dos, Uno…CRAS!. El vidrio explotó efectivamente en cientos de pedazos con el impacto que dio en el centro exacto, pero la pala siguió su camino y partió la imagen de cerámica a la mitad. Luego cayó al suelo y se unió a los vidrios en partes. Buscó la cara, le tocó la boca y es el día de hoy que José jura por la virgen y todos los santos (y eso que Pepito no es un hombre de jurar), que sintió un último aliento y luego un frío de muerte en sus manos. A su vez, él no para de decir que por lo que hizo va a ir al infierno, y aunque en la iglesia nada le dijeron al respecto, él dice que cuando lo vea al Diablo le va a dar unos cuantos bifes, que él parece viejo pero no lo es, y que como explica el dicho, el Diablo es viejo, así que van a estar mano a mano. Mientras tanto sigue limpiando todas las vidrieras, aunque desde el incidente son todas de acrílico.
REO
"Si vas a cometer errores, que sean nuevos" - El Coyote.