Serie "Cuerpo, Alma y Ruaj" Serie Cuerpo, Alma y Ruaj | Page 32
cias pequeñas y proseguir hacia el objetivo común... si
es que hay verdadero interés en la unión de dos ciertas
casas.
En ocasiones la mente de los creyentes anímicos es
asaltada por el ruaj maligno; de donde su pensamiento
se vuelve confuso, mezclado y, a veces, contaminado.
En sus conversaciones frecuentemente contestan lo que
no se les pregunta; su mente se desboca; cambian el
tópico de la discusión con frecuencia, demostrando lo
dispersos que son sus pensamientos. Aun cuando oran y
leen las Escrituras, su mente se pierde en la lejanía.
Cuando se les intenta responder a sus preguntas o ex-
plicarles ciertos errores, se percibe su falta de conoci-
mientos en ciertos conceptos básicos que los ayudar-
ían, simplemente conociéndolos, a avanzar mejor y
más libremente, pero su respuesta más normal es ne-
garse siquiera a escuchar. Aunque estos creyentes ge-
neralmente actúan de forma que raramente ponen en
orden su pensamiento sobre ello con anticipación, pue-
den decir a los otros que siempre obran sobre princi-
pios y que consideran cuidadosamente cada acción, in-
cluso citando algunos incidentes de sus vidas para co-
rroborar sus pretensiones. Aunque parezca raro, de vez
en cuando piensan tres y hasta diez veces antes de
ejecutar un acto. Sus acciones son verdaderamente im-
predecibles.
Los creyentes anímicos son fácilmente cambiantes. Hay
ocasiones en que están en extremo entusiasmados y
contentos; en otras, abatidos y tristes. En los momen-
tos de felicidad pueden juzgar que el mundo es dema-
siado pequeño para contenerlos, por lo que se elevan
por los aires, en alas del viento, hacia los cielos; pero
en los momentos de tristeza llegan a la conclusión de
que el mundo ya está harto de ellos y de buena gana se
desembarazarían de su persona. Hay ocasiones de entu-
siasmo en que sus corazones son agitados como si fuera
por un fuego ardiendo dentro, o hubieran hallado súbi-
tamente un tesoro. Igualmente hay horas de depresión
en que su corazón no puede ser estimulado, sino que
ceden a un sentimiento de pérdida que les deja suma-
mente deprimidos. Su gozo y su pena igualmente de-
penden principalmente del sentimiento. Sus vidas son
susceptibles de cambios constantes, porque son gober-
nados por sus emociones.
La hipersensibilidad es otro rasgo que generalmente
marca a los anímicos. Es muy difícil vivir con ellos por-
que interpretan todo movimiento que tiene lugar a su
alrededor como dirigido hacia ellos. Cuando se les des-
cuida se enojan. Cuando sospechan que los otros cam-
bian su actitud respecto a ellos se consideran lastima-
dos. Fácilmente intiman con la gente, porque literal-
mente crecen en el afecto. Exhiben el sentimiento de
la inseparabilidad. Un cambio leve en tal relación pro-
duce a su alma un dolor indecible. Y así estas personas
se engañan pensando que sufren por Yahweh.
Elohim conoce las debilidades de los anímicos cuando
hacen de su yo el centro, y se consideran especiales
cuando consiguen un pequeño progreso en el reino es-
piritual. Elohim les concede dones especiales y expe-
riencias sobrenaturales que les posibilitan pasar mo-
mentos de bienaventuranza inefable, así como momen-
tos de mucha intimidad con Yahweh, como si le hubie-
ran visto y tocado. Pero Él usa estas gracias especiales
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para humillarlos y traerles al Elohim de toda gracia.
Por desgracia, estos creyentes no siguen los propósitos
de Elohim. En vez de glorificar a Elohim y acercarse
más a Él, se apoderan de la gracia de Elohim para su
propia jactancia. Ahora se consideran más fuertes que
los demás; porque se imaginan, en secreto, que son
más espirituales que aquellos que no han tenido estos
encuentros. Además, los creyentes anímicos tienen
numerosas experiencias sentimentales que les inducen
a considerarse más espirituales, sin darse cuenta que
no son más que evidencias de que son anímicos. El que
es espiritual no vive por el sentimiento, sino por la
emunah/fe, por eso continúa EXACTAMENTE IGUAL EN
LAS BUENAS O EN LAS MALAS. Tal vez su estado de áni-
mo al principio (cuando apenas comienza a "domesti-
car" su alma) continúe manifestándose y deba ser su-
primido con disciplina, pero aún así no se le permite
dominar la situación. Es ahí cuando conseguimos ver si
estamos andando en el alma o en nuestro ruaj. Si a pe-
sar de nuestros sentimientos de dolor, sufrimiento, re-
sentimiento, lo que sea, CONTINUAMOS FIRMES EN LA
EMUNAH, estamos andando en el ruaj, subordinando
nuestra alma a su control para que manifieste al Ruaj.
Con frecuencia el creyente carnal es turbado por las
cosas de fuera. Las personas o los asuntos o las cosas
en el mundo que les rodea fácilmente invaden su hom-
bre interior y perturban la paz de su ruaj. Si colocamos
a un creyente anímico en un ambiente gozoso se sen-
tirá gozoso. Pongámoslo en un ambiente de pena y se
sentirá apenado. Carece de poder creador. En vez de
poseerlo, se mimetiza aquellos con los cuales está en
contacto. Los que son anímicos generalmente prospe-
ran en la sensación. Y Yahweh les concede el sentido
de Su presencia antes de alcanzar la espiritualidad,
como a todos. Ellos tratan esta sensación como un gozo
supremo. Cuando se les concede un sentimiento así, se
imaginan que hacen grandes progresos hacia la cumbre
de la madurez espiritual. Con todo, Yahweh alternati-
vamente les concede y retira estos toques, para poder
entrenarlos gradualmente a prescindir de la sensación y
andar por fe. Éstos no entienden el método de Yahweh,
sin embargo, y llegan a la conclusión de que su condi-
ción espiritual es más elevada cuando sienten la pre-
sencia de Yahweh y más baja cuando dejan de sentir-
la... algo así como que "están siendo castigados", de-
jando de recordar que "Yahweh disciplina al que ama y
castiga a todo el que recibe como hijo" (Ivrim/Hebreos
12:6), porque en esta parte del proceso la ausencia de
su presencia no es para condenación sino para creci-
miento, que no es lo mismo ser tratados como hijos
que como desconocidos, sobre los cuales no hay dere-
cho ni hay interés en educarlos.
Los creyentes anímicos tienen otra marca: la verbosi-
dad. Sus palabras deberían ser pocas, lo saben muy
bien, pero se ven impulsados a discusiones intermina-
bles, con la emoción más entusiasta. Las palabras caen
como en una avalancha. Ahora bien, el creyente aními-
co se da cuenta que no debería hablar sin parar, pero
por alguna razón le es imposible inhibirse una vez que
la conversación está lanzada. Entonces hay pensamien-
tos de todas clases que rápidamente invaden la conver-
sación, precipitándose en un continuo cambio de tópico
y un relleno infalible de palabras. Y "Cuando las pala-
bras son muchas, el pecado no falta; así que aquel que