SEGURIDAD PROFESIONAL | Page 18

En noviembre de 1899, Kürten llevó con engaños a una campesina hasta el bosque Grafenberger. Le había ofrecido dinero a cambio de sexo y la chica accedió. La penetró sin mayores preámbulos y, mientras eyaculaba, comenzó a estrangularla. Los espasmos aumentaron su placer y Kürten ya no se detuvo hasta dejarla inconsciente.

A partir de 1900, Kürten fue arrestado en diversas ocasiones acusado de fraude, robo e intento de homicidio. Era un preso que se aislaba de los demás. Para 1904 fue liberado, se enroló en el ejército pero desertó casi enseguida. Había pasado meses fantaseando con un nuevo interés. Durante semanas, Kürten recorrió las granjas cercanas a Düsseldorf y se dedicó a incendiar graneros. Era un pirómano, le obsesionaba la idea de que en el interior de los sitios que encendía hubiese animales o personas que murieran abrasadas por las llamas. Kürten se quedaba horas contemplando los fuegos a una distancia prudente. Oía a los cerdos y a los caballos morir presas de la desesperación y sonreía. En ocasiones, algunos vagabundos quedaron atrapados en los graneros y Kürten vio a varios de ellos correr envueltos en llamas, u oía sus alaridos de dolor y desesperación. Mientras miraba o escuchaba la agonía de sus víctimas, se masturbaba.

Esta fiebre incendiaria duró un año. En 1905 fue sentenciado por robo a otros siete años de cárcel, lapso en que Kürten se dedicó a envenenar a otros reclusos en el hospital de la prisión. Al ser liberado en 1912, violó a una sirvienta y poco después se le vio acosando a mujeres en un restaurante local. Un mesero quiso intervenir y Kürten lo ahuyentó disparándole con una pistola. Lo arrestaron y estuvo otro año en la cárcel. En el mes de mayo de 1913, Kürten se introdujo a un bar en su ciudad natal. Los dueños del local no estaban, pero habían dejado dormida a su hija Christine KIeinde, de trece años de edad. Kürten la contempló unos minutos mientras dormía. Después buscó un cuchillo, le tapó la boca con la mano y comenzó a cortarle la garganta. La niña se desangró y Kürten, según contaría años después, disfrutó de sus espasmos agónicos. Se inclinó sobre el cuello y bebió la sangre que brotaba a borbotones de la garganta abierta. Después introdujo sus dedos en la vagina de la niña y chupó sus líquidos. Como un gesto de desafío, escribió con la sangre sus iniciales en un pañuelo antes de marcharse. Pero la suerte estaba de su lado: el padre de la niña había discutido recientemente con su hermano, quien lo amenazó con “hacerle algo que recordaría toda su vida”. El tío de Christine Kleinde fue acusado y juzgado por el asesinato de su sobrina, y finalmente absuelto por falta de evidencia. Kürten se dedicó a seguir el proceso con interés.

Kürten enloquecía cada vez más. Consiguió un hacha y se dedicó a atacar a transeúntes por las calles de Düsseldorf. Sus víctimas en esa racha sumaron veintidós personas. Experimentaba orgasmos al contemplar la sangre manando del cuerpo de sus víctimas. Luego trató de estrangular a dos mujeres. Lo capturaron y estuvo otros ocho años en prisión. Mientras se hallaba en la cárcel, estalló la Primera Guerra Mundial.

Fue liberado en 1921 y se mudó a Altenburg. A sus nuevos vecinos les contaba unas supuestas aventuras como prisionero de guerra en Rusia, cosa que era falsa por completo. En Altenburg conoció a su futura esposa, una ex prostituta recién liberada de la cárcel, donde había ingresado por dispararle a su novio. La joven rechazó su propuesta de matrimonio, pero accedió a la boda cuando Kürten la amenazó con matarla. La mujer hizo la vista gorda ante las infidelidades de Kürten y su afición por el delito. Kürten no la maltrataba; se limitaba a ignorarla y utilizarla como sirvienta. Ni siquiera sostenía relaciones sexuales con ella.

En 1925, Kürten regresó a Düsseldorf; años después contaría que la tarde de su llegada, se había deleitado con una puesta de sol rojiza como la sangre. En palabras del escritor Rafael Aviña: “Ha llegado el momento acariciado largo tiempo: la hora del vampiro. Un verdadero vampiro humano que asolará las calles de Düsseldorf”. Se instaló y de inmediato recomenzó su frenesí asesino. Asaltaba mujeres en la calle, las golpeaba y las violaba en callejones oscuros; incendió más granjas y graneros e incluso dos casas de la ciudad; e intentó estrangular a cinco jovencitas, a quienes dejó inconscientes y heridas.

El 3 de febrero atacó con unas tijeras a una obesa mujer apellidada Kuhn; le causó veinticuatro heridas, muchas de ellas en la cabeza, y la dejó moribunda en la calle, no sin antes beber su sangre. La víctima sobrevivió de milagro a ese ataque brutal y describió a su atacante como “un vampiro”. La gente bautizó entonces a Kürten con el apelativo que pasaría a la historia: “El Vampiro de Düsseldorf”.

El 13 de febrero, Kürten acuchilló a Rudolf Scheer, un mecánico ebrio: veinte puñaladas en la cabeza y el cuello le ocasionaron la muerte y Kürten también bebió la sangre de su víctima.

Rudolf Scheer

El 9 de marzo, Rase Ohliger fue encontrada en una construcción en Düsseldorf: había sido violada, acuchillada en trece ocasiones, habían bebido su sangre y el cadáver presentaba rastros de quemaduras con parafina. Su cabeza presentaba profundos cortes. Comparando los pocos indicios, los detectives asignados al caso encontraron que estas tres últimas víctimas habían sido marcadas por heridas punzocortantes en las sienes.