SAYARI
Año I Ed. 01 Junio 2017
preparar el advenimiento de una nueva política, de
verdad, democrática e ideal. Esta oligarquía no podría
ser exclusiva; no sería una aristocracia de tradición,
cuya formación es imposible en un medio tan
mezclado; ni una plutocracia aislada; sino la unión del
talento, de la riqueza y de la tradición, en una
colaboración definitiva. En esta síntesis, ninguna
fuerza primaría sobre la otra, y no caeríamos ni en la
“pambeotía” impuesta por el prestigio del dinero, ni en
el conservadorismo de los hombres del pasado, ni en
el diletantismo de los intelectuales. Sería un verdadero
y fecundo equilibrio.”
¿Hay Victor Andrés Belaunde en A. Mariátegui?, sí, y
mucho. El teórico del social cristianismo señala:
“Produce una sensación de angustia la contemplación
de los graves aspectos de la educación indígena. Me
parece una ilusión peligrosa suponer que una
burocracia laica, formada en el ambiente egoísta de la
época presente y pobremente pagada, realice el
milagro, apostólico y técnico, de transformar a
nuestros indios. Necesitamos revivir el fervor de los
primeros misioneros y orientar la actividad de las
órdenes religiosas existentes hacia la educación
indígena. Lo lógico sería que se formara una nueva,
dedicada exclusivamente a ella…” ¿Y la cita copia de
nuestro ensayista de marras?, aquí viene, y proviene
de un artículo en torno a la vida política de la
congresista Indígena Hilaria Supa: “Pues aquí lo que
se pone realmente en debate es si es sano para el país
que pueda acceder al Congreso alguien con un nivel
cultural tan bajo, cuya ortografía y gramática revelan
serias carencias y sin aparente ánimo de enmienda,
porque no me digan que no es evidente que Supa rara
vez agarra un libro, ya que está probado que la gente
que lee poco es la que peor escribe al estar menos
familiarizada con las reglas más elementales de
redacción. Nadie pide que cada congresista sea una
Martha Hildebrandt, pero, por Dios, tampoco pueden
escribir peor que un niño de ocho años.”
No es insular el pensamiento de Mariategui, tiene
pasado y presente. Posee en Vargas Llosa una sólida
compañía, es el renovado clasicismo conservador;
apostillarlo en detalle sería un exceso. Usemos nada
más dos reflexiones suyas que se emparentan con
soltura con el autor del Octavo ensayo. En su artículo,
“Los hispanicidas”, de 2003, el Nobel, reclamando la
desaparición de la estatua ecuestre de Francisco
Pizarro de la Plaza Mayor limeña, señalaba: “Y en
lugar de la estatua del fundador de Lima lucirá el futuro
una gigantesca bandera del Tahuantinsuyo. Como
esta bandera nunca existió, cabe suponer que la está
manufacturando a toda prisa algún artista autóctono y
que la engalanará con muchos colorines para que
resulte más folklórica.” Más tarde, el 2006 en “Raza,
botas y nacionalismo”, indicaba: “Pronostico que el
estilo “fraile campanero” del nuevo mandatario
boliviano, sus chompas rayadas con todos los colores
del arcoíris, las casacas de cuero raídas, los vaqueros
arrugados y los zapatones de minero se convertirán
pronto en el nuevo signo de distinción vestuaria de la
progresía occidental. Excelente n oticia para los
criadores de auquénidos bolivianos y peruanos y para
los fabricantes de chompas de alpaca, llama o vicuñas
de los países andinos, que así verán incrementarse
sus exportaciones.” Como vemos, resueltos los
problemas nacionales tras una sencilla ecuación que
suma ofidios, barbaros, alpacas, llamas y vicuñas.
Y la confusión es tanta en Mariátegui que reclama que
algunos críticos quieren ignorar su libro por interés y
mediocridad. Dice en artículo reciente: “Tampoco un
libro dedicado a demoler a la izquierda les va a gustar
a estos y menos van a tener los pantalones de
reseñarlo o inventariarlo, y ganarse roches entre sus
amigos. O de criticarlo y que yo les conteste y entren
a una polémica de la que pueden salir magullados. A
lo más, alguna insustancial o anónima burla perdida
por la web. El limeño y poco arriesgado silencio es
mejor.” Pretensión vacua, frívola e insustancial. Libros
y acciones de mayor envergadura han pretendido sin
éxito similares hazañas, porque bajo el rotulo de
izquierda no se encuentra solo la criolla, de cuño
occidental y judeocristiano, que desperdició
innumerables oportunidades de representar los
intereses del Perú real y profundo, afectados como
estaban y están por la ausencia de una visión andina
y nacional del cambio, contaminados por esa
alienación y lacras que extraen de los que fungen de
propietarios de nuestra patria. No confundamos,
izquierdistas fueron los incas de Vilcabamba,
Garcilaso, el Inca, también Huamán Poma, Santa Cruz
Pachacuti, cómo no Tupac Amaru y Gamaniel Churata
junto a Ezequiel Urviola, Rumi Maqui, José María
Arguedas, y claro que Vallejo e igualmente Javier
Heraud, y otros miles de peruanos, participes de una
larga marcha hacia el encuentro de nosotros mismos.
Son parte de un solitario pueblo, con frecuencia mal
representado y peor dirigido que está haciendo su
tarea no obstante ensayos perecibles.
No simplificamos cuando decimos que en este
prolongado itinerario hay desde hace siglos dos
visiones incompatibles: una emana de los retoños de
los encomenderos y la otra posee visión nacional,
andina y popular. No es anacrónico remitirse a la
historia remota para entendernos; de esos tiempos
proviene lo sustantivo de nuestra realidad. En algún
momento lo andino no será solamente la culinaria
exportable y no tan solo otros ejemplos de éxito
productivo y cultural, sino el sustrato de todo nuestro
ser nacional. No es posible desarrollo ignorando lo que
somos. Y no se trata de modos de producción ni de
formaciones económicas, dicotomía que es necesario
superar; sino de la supremacía de dos formas de
entender el país y su destino.
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