Me fui al rincón. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos
de manera abundante. Había una señora sentada en el sillón de la
sala de espera. Le di la espalda y agaché la cara. La mujer me
miraba de forma insistente. Podía sentir sus ojos clavados en mi
nuca. Me incomodó su presencia. Era lógico que sintiera curiosidad
por mi dolor, pero también resultaba una descortesía de su parte
entrometerse.
No lo soporté más y me volví para verla.
Me quedé sorprendido. Sentí un mareo. El corazón me latió con
fuerza.
Dejé de llorar y me limpié la cara...
No era una señora. Era una joven hermosa, vestida de blanco
que emitía un fuerte aroma a perfume de flores.
desde el asiento delantero.
Por favor; revisa la guía de estudio en la pagina 169, antes
de continuar la lectura del siguiente capítulo.
89