Llené mis datos con rapidez y busqué la urna para depositar mi
solicitud. Iba caminando, cuando alguien me dio un golpe en la
nuca con la mano abierta.
-“Malapata”, ¿quieres fortalecer tu carácter? ¡Buena falta te
hace!
-¿Por qué me pegas? -respondí enfrentándome al grandulón -.
¡Ya déjame en paz!
Lobelo me empujó y el granoso que siempre venía con él puso
una pierna detrás de mi. Caí de sentón. Solté mi solicitud deportiva.
Me puse de pie y arremetí hacia Lobelo, lleno de ira, pero me
recibió con un gancho al hígado. El golpe me dejó doblado, sin
aliento.
-Mira esto, marica -me restregó en la cara un reloj de pulsera
antiguo y se acercó a mi oído para decir en secreto-, ¿qué te
parece?, ¿eh? Era del anciano al que le dio un paro cardiaco.
También tengo su anillo y su cartera de piel.
Me levanté asustado sin poder respirar bien. ¿Lobelo y su
padrastro asaltaron a los ancianos? ¿Y por qué la viejita no los
reconoció?
Una edecán pasó junto a nosotros cargando la urna en la que
debíamos depositar nuestra solicitud. Busqué la mía. El amigo de
Lobelo la tenia.
-Dámela.
Me la arrojó a la cara. Los tiranos soltaron a reír y se alejaron.
Una lágrima de rabia se escapó de mis ojos. La limpié de
inmediato con el brazo. Tomé la ficha que había llenado, la doblé
en cuatro partes sin mirarla, y la entregué. Luego me fui a mi salón.
A las dos horas me mandaron llamar de la rectoría.
El director y el maestro del programa deportivo estaban
furiosos, esperándome en la oficina.
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