-Nuestro hijo es menor de edad.
El policía respondió:
-Debe ir a las oficinas, pero pueden acompañarlo.
Mis padres y yo acudimos a la comisaria.
Nos llevaron a un amplio salón. Lobelo y el señor Izquierdo
estaban detenidos al fondo de la sala. Nos vieron. No había un
cristal opaco para identificar a los delincuentes.
El oficial los señaló y me preguntó:
-¿Ellos asaltaron a los ancianos?
Agaché la cara y quise ser discreto.
-Sí –contesté -. No los vi al momento del asalto, pero minutos
antes dieron la vuelta justo donde encontramos a los viejitos.
-¿Y por qué supones que son los ladrones?
-Porque en la mañana me llevaron a la escuela y, el más joven,
jugando, me apuntó a la cabeza con una pistola de verdad. Además
lo conozco desde hace tiempo. Presume los billetes que siempre
carga y dice que su padrastro le ha enseñado a ganar dinero fácil.
A los pocos minutos, llegó la anciana, esposa del hombre que
había sufrido un ataque cardíaco. Venia acompañada de dos
policías. El comandante le preguntó señalando con el mismo
descaro:
-¿Esos son los asaltantes?
-Desde aquí no los veo bien -contestó la mujer.
-Vamos a acercamos.
Caminaron hacia los detenidos. Mis padres y yo los seguimos.
La anciana llegó frente a ellos y casi de inmediato afirmó:
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