2.
Un campeón nunca desea mal a nadie
Jamás imaginé que sería tan difícil pintar una pared. Me costó
mucho aprender, pero poco a poco mejoró mi técnica. Trabajaba de
cuatro a cinco horas diarias. Cada mañana, me sorprendía al ver
cuánto había avanzado el día anterior y me enojaba conmigo
mismo al descubrir que había dejado caer muchas gotas de pintura.
Limpiaba y comenzaba de nuevo. Por las tardes, me encerraba a
hacer operaciones matemáticas.
Un día, llegó a buscarme mi amigo Lobelo. Era mayor que yo,
hosco y rebelde. En cuanto abrí la puerta me dijo:
-Felipe. Te invito a dar una vuelta. Encontré algo fantástico que
quiero enseñarte.
A sus trece años, lo dejaban manejar una motocicleta de cuatro
ruedas y, a veces, me llevaba como pasajero.
-No puedo salir –respondí -; estoy castigado.
-¡Pobre de ti! -dijo Lobelo-. Si tus papás estuvieran muertos,
serías más feliz.
Fruncí las cejas.
-¡Es verdad! –continuó -. ¡Mírame a mí! ¡Soy libre como los
pájaros! Mis padres se divorciaron. Yo me quedé con mamá y ella
se volvió a casar, luego se peleó también con su nuevo marido.
Ahora vivo con mi padrastro... Es lo mejor. Él me deja hacer fiestas,
me presta su motocicleta, no se mete conmigo y me enseña a
ganar dinero fácil.
- ¡Tú sí que tienes suerte! -dije siguiéndole el juego -¡Cómo me
gustaría que mis papás se murieran o se divorciaran también!
De inmediato sentí la gravedad de mis palabras. Una vez oí por
televisión que jamás se debe desear el mal, pues cada
pensamiento es como un bumerán que regresa para golpearnos a
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