-Entonces, señor ¿quién me ayudó a salir del sótano? ¿Quién
me salvó la vida y.. me dio... esta... caja?
-Tal vez lo soñaste todo -contestó el hombre sonriendo -, o viste
un ángel.
Agaché la cabeza.
Aquella noche vi a Ivi vestida con ropa deportiva blanca y
zapatos tenis también blancos, percibí su rostro fresco como si
acabara de bañarse y su suave olor a perfume... de... ¿flores?
-¡Dios mío!
Le di las gracias al conserje y me retiré.
Estaba profundamente conmovido. Recordé lo que me dijo:
“Alguien a quien yo quiero mucho me regaló una cajita con tarjetas
valiosas. Te la presto. Luego me la devuelves.”
-No pude haberlo soñado –razoné -, porque tengo la caja de
madera, ¡aquí! Pero si ella no vive en la escuela ¿dónde voy a
encontrarla para devolvérsela?
Caminé por la calle. Ahora comprendía por qué cada vez que
sacaba una tarjeta de su interior hallaba un mensaje adecuado para
el momento que estaba viviendo. A mi madre le pasó lo mismo.
¿Podían existir ese tipo de milagros? ¿Que Dios se comunicara con
los hombres a través de... ángeles de... notas? Quise probar. Con
movimientos desordenados saqué una tarjeta de la caja. Decía:
Un campeón enfrenta los retos, aunque sienta temor, se mantiene tranquilo durante
los momentos difíciles, ve lo positivo, confía en él mismo, está siempre contento,
ayuda a otras personas, es servicial y procura convertirse en un elemento de amor.
La guardé.
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