Me di cuenta demasiado tarde de que iba a caer, no en la
alberca, sino afuera, ¡en el cemento! Llegaría al piso de espaldas y
su nuca golpearía en el borde de concreto.
Escuché los gritos de terror de mis papás. Yo mismo exclamé
asustado:
-¡Nooo!
Muchas cosas pasaron por mi mente en esos segundos: El
funeral de mi hermano, mis padres llorando de manera
desconsolada, los policías deteniéndome y llevándome a la cárcel
de menores. De haber podido, me hubiese arrojado al aire para
tratar de desviar la trayectoria de Riky y salvarle la vida.
Mi hermano cayó en el agua, rozando la banqueta.
Me quedé con los ojos muy abiertos.
Salió de la fosa llorando. Estaba asustado. No era el único.
Todos lo estábamos. Cuando bajé las escaleras, encontré a mi
papá furioso.
-¿Pero qué hiciste, Felipe? -me dijo -. ¡Estuviste a punto de
matar a tu hermanito!
-Él me provocó –contesté -, se burló de mí...
-¡Cállate!
Papá levantó la mano como para darme una bofetada, pero se
detuvo a tiempo. Jamás me había golpeado en la cara y, aunque
estaba furioso, no quiso humillarme de esa forma.
Nos fuimos de regreso a la casa. En el camino todos
estábamos callados. Por fortuna, no había pasado nada grave, pero
cada uno de los miembros de la familia recordaba la escena.
-Felipe -sentenció papá -, pudiste provocar una tragedia. ¿Te
das cuenta? vas a tener que pensar en eso, así que durante la
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