negro. Mi esquelético cachorro trató de defenderme, pero la fiera
negra lo descuartizó y se abalanzó hacia mí para atacarme.
Desperté bañado en sudor. Apreté un botón de mi reloj de
pulsera y la lucecita azul me dejó ver la hora: La una y media de la
mañana. Las heridas me dolían. Me puse de pie y vi la figura de un
hombre.
El intruso se acercó a mi. Era mi padre.
-¡Felipe! -dijo asombrado -. ¿Qué haces despierto a esta hora?
¡Vestido, con zapatos! Ven acá. ¡Hueles a licor!
Pensé que iba a regañarme, pero me equivoqué.
-¡Dios mío! –exclamó -. ¿Qué te pasó en la oreja?
-Soy un tonto –respondí -. Lobelo me invitó a una fiesta.
Cuando llegué, soltó a un perro para que me mordiera. Todos los
niños se rieron de mí. Me oriné. Tengo mucha vergüenza. Nada me
sale bien.
-¿Fuiste a una fiesta? ¿Con qué permiso? -salió de la
habitación gritando -. ¡Carmela!
Mi padre habló con la nana. Ella hizo muchas exclamaciones y
aseguró que yo era un travieso y desobediente. Papá se enfadó
aún más. Siguieron discutiendo. Me tapé los oídos. Después de un
rato volvió.
-Déjame ver tus heridas.
Me recosté.
-¡Increíble! -comentó después con mortificación -. ¡Mira nada
más! Estás lleno de mordeduras. ¿Cómo se atrevieron a hacerte
esto? Ese perro pudo matarte. En cuanto amanezca, iré a casa de
Lobelo para reclamarle.
-No lo hagas –contesté -. Soy un burro, cabeza dura. ¡Merezco
todo lo malo que me pasa! Yo ocasioné que mi hermano se cayera
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