Mamá lloraba y emitía gritos de desesperación.
-¿Te duele algo? -Me preguntó.
-No –contesté -. ¿Ya ti?
-Tampoco... i Ay!
De inmediato supe que si le dolía algo. Aunque trataba de
hacerse la fuerte, se había lastimado.
-Ahí está la avenida principal... --dijo entre gemidos -.
Si corremos, tal vez lleguemos a ella antes de que nos
alcancen.
Me quité el cinturón de seguridad y quise abrir mi portezuela.
Estaba atorada. Mamá también se quitó el cinturón.
El parabrisas, hecho añicos, se sostenía en el marco. Le di una
patada, y se desquebrajó hacia delante.
Salí a gatas. Mi madre intentó seguirme. Emitió un grito de
dolor y se detuvo. No podía moverse.
Me paré junto al carro volcado. Las llantas hacia arriba aún
daban vueltas. Vi a lo lejos.
Los dos automóviles de los rufianes permanecían en el mismo
sito.
De pronto, observé la figura de los cuatro hombres arma dos
que se acercaban hacia mí.
Dos de ellos traían pistola; los otros dos un bat de béisbol
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