Aunque la cajuela de nuestro coche quedó aplastada, e motor
seguía en marcha. En cambio, el otro auto recibió e impacto de
frente y se apagó. De su radiador roto se escapaba una columna de
vapor y agua hirviendo.
-¿Estás bien? -me preguntó mamá.
-Sí –contesté -. ¡Todavía podemos escapar!
Frente a nosotros quedaba un espacio por el que era posible
dar la vuelta. Mamá giró el volante, movió la palanca de la
transmisión y avanzó de nuevo. Nuestra defensa iba arrastrando y
hacía un ruido tétrico.
El auto que permanecía intacto, se nos atravesó. Golpeamos
un poste de luz con el costado y evadimos el obstáculo. Entonces,
los nervios traicionaron a mi madre. Pisó el acelerador a fondo y
perdió el control del vehículo. En vez de frenar, aceleró más. Dio un
fuerte volantazo y nos subimos a la banqueta, pero con tal inercia,
que el coche quedó en dos ruedas; anduvo unos metros así, antes
de voltearse. Escuchamos los vidrios romperse. Cerré los Ojos. Mi
cabeza me dio vueltas. Recordé las palabras de Ivi:
Felipe amado, yo sé muchas cosas que ignoras. Tu guerra no es contra gente de
carne y hueso sino contra seres espirituales perversos que dominan a las
personas. Así como hay fuerzas del mal que desean destruirte, cuentas con un
enorme ejército de fuerzas bondadosas que te defienden.
En esos últimos días había estado leyendo las tarjetas de Ivi.
Una de ellas decía algo así:
En la creación, existen DOS grupos siempre en contraposición: El de los seres
bondadosos y el de los malvados. No te equivoques de equipo. Jamás juegues
para ambos bandos. No hagas el mal unas veces y pretendas ser bueno en otras.
Dios detesta a las personas tibias. Tú eres un campeón. Elige el equipo correcto.
De pronto, me di cuenta que estábamos de cabeza.
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