Rumor de límites. Memoria del desasosiego (hacia las Pinturas Negras) FINAL DE LAS PINTURAS NEGRAS-QUINTA DEL SORDO | Page 82

82 de una cercanía de ejecución impecable donde hasta el animalito tiene vida en su mirada y donde blancos y rojos están tratados con esa sutil luminosi- dad con que Goya supo tratarlos; qué decir del de Isabel Lobo de Porcel (1804), seductor, atrayente, delicado, otro de los retratos maestros de Goya, donde la belleza del modelo queda aún más realzada con la pose y el gesto, con el tratamiento de ese velo trasparente en negro que Goya hace vibrante, uno de los más hermosos retratos de mujer que retiene mi retina. Por no eternizar este apartado mencionaremos La lechera de Bur- deos (1825), donde consigue otra obra de extraña y rara intensidad, con su inclinación melancólica y triste, en un momento donde todo su mundo parece estar definitivamente acabándose, pero que nada indica salvo en el temblor de la pincelada que Goya está periclitado. Hemos dejado para el final la mención del retrato de La familia de Carlos IV, ese homenaje que rinde Goya a su admirado Velázquez y del que hay tantas referencias. En él ha huido del complejo juego de luces que Velázquez establece en Las Meninas y ha optado por reunir en una de las estancias palaciegas a la familia real, mientras él se sitúa, parangonando al pintor sevillano, tras el conjunto. El juego de contrarios que Velázquez establece con esa pregunta del millón: pinta lo que ve o pinta a los que asis- ten a lo que él está pintando? La pintura dentro de la pintura, o el pintar dentro de la pintura, el meter el mundo de la fisicidad concreta en el de la irrealidad real de la pintura? Goya lo retoma y no sabemos si lo que pinta es un cuadro que la familia real está viendo o a la propia familia real que es lo