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aislamiento y dependencia. Las delicias que Carla solía preparar gustaban al príncipe, pero no eran
nada apetecibles para la bestia.
-¡Y pensar que te pagaban para cocinar a vos! Sos una gorda caradura- decía Andrés cada noche
cuando su mujer le servía la cena. Carla, que antes se esmeraba en su arreglo personal, ahora vestía
siempre el mismo buzo roto, y su pelo desaliñado. De ser “la mujer más hermosa del mundo” pasó a
ser “gorda fea”. Y cada noche, sin sueño, lloraba su angustia. Se sentía culpable e inútil. Había hecho
que Andrés cambiara, que ya no la quisiera. Todos los sábados, él se perfumaba y salía con amigos.
Carla hervía de celos y lo esperaba despierta hasta la madrugada.
-¡Bailé con las más lindas!- se jactaba- Digo que soy soltero. No les voy a decir que estoy con una
gorda inservible y que encima la tengo que mantener. Dá las gracias todos los días de encontrar a un
gil como yo porque te llego a dejar y te morís sola, gorda. ¿Quién te va a querer? Y mirá que a mi,
opciones para dejarte me sobran. Ella lo agarraba de la camisa, le suplicaba que no la dejara nunca,
que sin él no podía vivir.
La vida de la Carla dió un vuelco el 23 de febrero de 2011, cuando se enteró que estaba embarazada.
Un hijo los iba a unir como pareja. El niño que ella tanto anhelaba estaba en camino. Cuando Andrés
llegó le dió la noticia con emoción, esperando un cambio en su pareja. Tenía la esperanza de ver al
príncipe emerger nuevamente.
-¿Embarazada? Más te vale que sea mío, gorda-, fue la reacción bestial, acompañada del
característico tirón de pelo y cachetada.
-¡Claro que es tuyo! No salgo de casa. Es un bebé de los dos-, dijo Carla, sin obtener respuesta.
El diez de septiembre el niño llegó. Carla lo nombró Santiago y dedicó su amor y su vida al pequeño,
mientras que Andrés se mostraba cada vez más indiferente. Dos años más tarde, madre e hijo vivirían
el peor día de sus vidas. La madre de Carla había sufrido un infarto y estaba siendo trasladada a
Montevideo en estado grave.
-Santi, mamá ya viene. Te quedás con papá- dijo, apenada por la situación, mientras el niño le tendía
los brazos. Era la primera vez que padre e hijo compartían un momento a solas. Carla salió
apresurada, dejando a su pequeño llorando su ausencia, mientras su progenitor le dedicaba una
gélida mirada. De regreso a casa, Carla creyó que quizás Andrés no había alimentado a Santiago, o
que no le había dado la suficiente atención. Pudo hacer mil conjeturas, pero jamás pensó que la bestia
sería capaz de lastimar a su propio bebé. Al entrar a la casa, el escenario era atroz. 8