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Durante dos años, vivió junto a un príncipe nato. Su vida giraba en torno a Andrés. Se ocupaba de
todo lo de la casa y esperaba a su chico con los platos que a él le gustaban. No tenían una economía
holgada, porque el salario de Andrés no era muy elevado, pero a Carla no le importaba otra cosa más
que amar y sentirse amada. No fue nunca a visitar a sus antiguos patrones por el mal concepto que su
novio tenía de ellos. Permanecía el día en la casa, sin más interacción que la que tenía con Andrés. Le
gustaba salir a hacer los mandados, para despejarse, pero pronto su chico le prohibió hacerlo. Él sabía
comprar mejor, buscaba los precios más adecuados.
-Te cobran cualquier cosa y no te das cuenta. Dejá que yo hago las compras.
Carla no se opuso, pero comenzó a llorar.
¿Qué te pasa?- le preguntó Andrés al rato.
-Que no sé porque estás conmigo si para vos parece que no hago nada bien.
Él le explicó que no era así. Que la quería cuidar. Montevideo no es Salto y todo es más peligroso.
¡Qué necesidad de andar en la calle! El príncipe cuidadoso de su dama, un día se volvió una bestia.
No fue preciso un beso para romper el encantamiento. Bastó con desobedecer su autoridad y exigir
algo de independencia para que su faceta animal asomara. Una mañana de marzo de 2009, Carla
dormitaba en una silla, sumida en el aburrimiento, cuando su celular sonó. Era Claudia, su amiga de la
infancia, a quien hacía mucho no veía, puesto que ella permanecía en Salto. Contestó con
entusiasmo.
-Carla, estoy en Montevideo. Vine a la mutualista a buscarle unos resultados a mamá. Pasame la
dirección de tu casa que me tomo un taxi y voy hasta ahí.
En media hora, las amigas se fundían en un abrazo. ¡Se extrañaban tanto! Carla le mostró la modesta
vivienda y la invitó a tomar un café.
-Estaba viendo cuando venía para acá que hay una cafetería a unas cuadras. ¡Vamos! Comemos algo
y nos ponemos al día. Estoy muerta de hambre-, invitó Claudia.
Carla dudó.
-Te preparo algo acá. No le avisé a Andrés.
-¿Y? ¿Qué tiene que ver? Llamalo y decile.
Pero Andrés no respondió.
-¡Vamos, amiga! Después le contás. No te vas del país. Estamos a unas cuadras. Dijiste que llega de
tardecita. ¡No entiendo!- expresó Claudia.
-Es que no tengo plata, Clau-, dijo Carla.
-¿No te deja plata Andrés?-, quiso saber Claudia.
-No. ¿Para qué me va a dejar plata si el compra todo?
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