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-¿Còmo reaccionò usted ante esa actitud?
-Al principio con incredulidad. Era inadmisible que la persona que estuvo conmigo por màs de diez años y que
jurò ante Dios amarme en la salud y en la enfermedad me dejara, y que no se atreviera a decìrmelo en la
cara. De haber sido al revès, juro que yo no le habrìa hecho eso. Abandonè el reposo, me levantè,
descarguè mi ira en brazos de mi madre y lo llamè por dìas. Ni èl, ni su madre, ni sus hermanos me atendìan
el telèfono.
Una semana màs tarde, ante mi insistencia, respondiò. Me dijo que me dejaba, que lo perdonara, que èl
merecìa otra vida. ¡Còmo si fuera mi culpa perder la visiòn! Lo insultè en esa conversaciòn y le dejè una
catarata de insultos en su buzòn. Despuès de escucharlo, me tranquilicè. Necesitaba que me dijera que me
estaba abandonando, de la forma màs cruel posible, pero que lo dijera. No tuvo ni un vestigio de piedad
para terminar conmigo una vez finalizada la etapa de reposo, por lo menos. Todo el amor, la confianza y la
admiraciòn que sentìa se esfumò. Unos meses despuès me enviò los papeles para comenzar el divorcio y
yo me dediquè a odiarlo por unos cuantos años.
Ana (primera a la izquierda), junto a Rosana, su madre Gloria, Mary Isabel y Cecilia. Las 5 mujeres son
inseparables y han sido un pilar fundamental para Anita.