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Nuestro Uruguay, tan pequeño en territorio y en habitantes, desconocido a los ojos​​ ​ de muchos, ha sido la cuna de los más admirados artistas a nivel mundial, con un​​ ​ bagaje cultural que trasciende fronteras. Es por ello que los “charrúas” nos​​ ​ vanagloriamos de decir “yo nací en el país de Juan Carlos Onetti, pisé los campos​​ ​ que inspiaron a Horacio Quiroga, tomé café en el bar donde Benedetti escribió “La​​ ​ tregua”. La mera mención de estos gigantes de tierra chica pero fértil provocaría un suspiro de intensa fascinación en cualquier mortal que haya tomado contacto con​​ ​ tan majestuosas obras. A nueve años de la partida física de un escritor prodigioso, un militante político​​ ​ comprometido, un hombre justo y sin mordaza, es menester recordar la vida y​​ ​ legado de nuestro añorado Mario Benedetti. Especialmente en una América Latina​​ ​ expuesta al caos de la dictadura y la corrupción, la violación de los derechos​​ ​ humanos y el freno a la libertad de expresión, somos muchos los que necesitamos​​ ​ imperiosamente escuchar sus declaraciones pacíficas, su férrea defensa​​ ​ democrática y el sueño de los pueblos empancipados de toda restricción tirana. Nacido en Paso de los Toros y dividiendo su vida entre Montevideo y Buenos Aires,​​ ​ Mario fue un buen oficinista que soñaba con relatos de amor que poco tenían que​​ ​ ver con la frialdad de los números que sus manos creadoras computaban. Pese al​​ ​ poco interés del escritor por su trabajo en la oficina, sus lectores agradecemos​​ ​ fervientemente esas memorias que luego utilizó para deleitarnos con poemas como​​ ​ “Amor de tarde”, cuyas estrofas rezan: “Es una lástima que no estés conmigo 17