Revista Ven y Sígueme Octubre 2016 | Page 16

El maravilloso valor del silencio P. Alejandro Cortés González-Báez con las “comodidades” propias de una ciudad. Probablemente, parte del miedo al silencio sea cómplice del temor a escuchar nuestra propia conciencia. D entro de la enorme cantidad de actividades, que podemos realizar a lo largo de nuestra vida, está la de viajar. No cabe duda que, hacerlo ahora, puede ser infinitamente más confortable que hace apenas cien años. Viajes en aviones, autobuses, barcos, trenes, viajes cortos y largos. Oportunidad para conocer nuevas personas. Hay quienes prefieren descansar en esos traslados, para reponer fuerzas, para meditar, para poder absorber, quizás, los golpes recién recibidos. Pero, otros, no pierden ni un minuto la oportunidad de hablar sin parar, sin permitir que su acompañante tenga oportunidad de leer o dormitar durante el viaje. Hablar puede resultar una auténtica necesidad pero, también, puede llegar a convertirse en una manifestación de imprudencia y, así como hemos de discernir los signos de los tiempos, hemos de aprender a descifrar las necesidades ajenas. Es aquí donde encaja, de forma maravillosa, la intuición. Saber callar puede ser tan importante como saber hablar. Mucha gente es incapaz de vivir sin ruido pues, lo primero que hacen al subir a sus autos, como al llegar a sus casas, es encender el radio o la televisión. El ruido es parte de lo que hemos de pagar, por vivir 14 El silencio nos ayuda a abrir un horizonte a nuestra vida interior. Una veta que no hemos descubierto aún o que hemos perdido. La cultura postmoderna ha llevado, a gran parte de la humanidad, a perder de vista el sentido trascendental de nuestras vidas, reduciéndolas a un simple “pasar disfrutando”, en búsqueda de una felicidad que tiene mucho que ver con ese ruido, que no nos permite escuchar, ni escucharnos. La tecnología hace ruido, distrae y aturde, por lo que nos conviene guardar un poco de silencio. Qué importante es poder distinguir lo verdaderamente valioso de lo que no lo es y estar, entonces, en condiciones para dedicar nuestros esfuerzos a aquellas realidades por las que vale la pena vivir.