se “inspira en la multidimensionalidad de saberes, la pluralidad y la interacción
5). Este reconocimiento de la existencia de lo cotidiano y de lo imaginario en
la realidad educativa, abre las posibilidades a una interconexión migratoria de
saberes, sin pretender desplazar unos por otros.
Los señalamientos anteriores, hacen indispensable abordar la
dimensión etimológica de la transcomplejidad, como complexus-us, vocablo
latino, cuyo significado es “abrazo”; y cum como preposición del ablativo “con
y plexus-us”, ambas conjunciones dan la idea de un tejido o entrelazado. Es
decir, su prefijo trans, en el Diccionario de la Real Académica Española
(DRAE, 2017, pág. 1), define la idea de movimiento tránsito, metamorfosis y
fusión, que transfigure, transmute, así como transverse la realidad objetiva a
la subjetiva y viceversa.
Por ende, la transcomplejidad es una integración del pensamiento
complejo con la transdisciplinariedad de las ciencias. Como antecedente de
las propuestas de Morín (1990, pág. 101), enfatiza una doble lógica para
comprender dos nociones antagónicas, como son el orden y el desorden, las
cuales dan origen a la organización como un modo de pensar, en el que se
intenta asumir el desafío de la incertidumbre y la contradicción para abordar
un cambio paradigmático.
Desde una visión relativista la transcomplejidad, según Gómez y
Jiménez (2002, pág. 44), asume los principios del conocimiento desde una
perspectiva complementaria para convertir la organización, el religue, la
contextualización y la globalización para confrontar el pensamiento clásico.
Asimismo, Moreno (2002, pág. 118), explica que no sólo sirve para entender
la complejidad de la naturaleza humana; sino que especialmente, se diferencia
de otras perspectivas porque se concentra en la complejidad social, con un
mayor grado de incertidumbre presente en la realidad educativa desde una
interacción entre varias disciplinas.
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Editorial
que emergen desde el trabajo en equipo y el encuentro transdisciplinario” (pág.