de desenvolverse de manera fluida, armónica, tomar decisiones, de trabajar
personales, educativas y laborales, entre otras, en distintos escenarios. Por lo
que el tema de la formación integral ha sido objeto de estudio, tanto en
organismos internacionales como la UNESCO, así como en aquellos
responsables de definir los lineamientos de las instituciones educativas en
todos los niveles y, particularmente, en la educación superior; en virtud que la
formación integral es uno de los propósitos que deben alcanzarse a través del
cumplimiento de las funciones universitarias: docencia, investigación y
extensión.
Está comprobado que una formación integral que estimule el desarrollo
de habilidades emocionales, sociales y éticas, promueve un mayor bienestar
y calidad de la convivencia social, favorece mejores aprendizajes y además
ayuda a prevenir que las personas se involucren en conductas de riesgo.
Sobre esto Ruíz, (s.f.), señala que:
La formación implica una perspectiva de aprendizaje
intencionada, tendiente al fortalecimiento de una personalidad
responsable, ética, crítica, participativa, creativa, solidaria y con
capacidad de reconocer e interactuar con su entorno para que
construya su identidad cultural. Por tanto, busca promover el
crecimiento humano a través de un proceso que supone una
visión multidimensional de la persona, y tiende a desarrollar
aspectos como la inteligencia emocional, intelectual, social,
material y ética-valorar. (pág. 11).
Por consiguiente, el programa de formación implica no sólo la
adquisición de los conocimientos específicos y las técnicas adecuadas para el
ejercicio profesional, sino también requiere la adquisición de actitudes
positivas que incidan en la conducta diaria del individuo en las
transformaciones y por ende en el perfeccionamiento del bienestar social,
ambiental, económico y educativo.
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con otros, de comunicar sus ideas, gestionar su actuar en vista de metas