Revista Scientific Volumen 3 / Nº 7 - Febrero-Abril 2018 | Page 410

En las tres primeras partes del poemario a saber: Borburata de los Fantasmas, Flecheros ellos y corredores y saltadores nosotros y El caballero Juan Rodríguez Suárez, vamos a encontrar un elemento importante de resaltar; en todas ellas los intertítulos de los poemas van a enmarcar una situación concreta como posible “relato histórico”. Entonces, podemos considerar que la Imagen Poética hace que el referente histórico estalle en múltiples sentidos. Desde la alusión a una Historia, a un pasado, a sus textos, a una épica fonológica e ideológicamente forjada desde la visión del coloniaje, se rompe sus límites. La palabra encarna a la Historia para hacerla nuevamente, fuera del canon establecido por los conquistadores de siempre, los que excluyen el discurso del otro, el que resiste al ya hoy no muy extraño invasor. Así se abre el diálogo entre la Poesía y la Historia, pues como dice Paz, en El Arco y la Lira: “La Historia es el lugar de encarnación de la palabra poética.” (1956b, pág. 143). Así el poema es la revelación de las voces del hombre para la comunicación poética, para su concreción como “epos” transformado en Imagen. Así la poesía, el poeta y el lector en poesía se adueñan del “epos” de la Historia dominante y éste es enlazado al campo de las otras visiones insólitas, desgarradas y humanas como actos de revelaciones de la metáfora y, se invoca la palabra poética a esa asociación secreta entre el hombre y lo otro, su condición de existencia relacionada, a través de múltiples lenguajes, con las imágenes que de aquello va construyendo. No debemos olvidar que, Ramón Palomares (Poeta Trujillano), al igual que Pablo Neruda, se encuentran envueltos y tal vez absorbidos por el contexto histórico de su época. Así como Neruda le cantó reflexiva y 409 Arbitrado llegue a un sexto de Méjico. Más qué motivo que no fuera la muerte podría sacarnos de estas calles ¡Ah, casas sin pizca de lujo ni donaires de palacetes ni pretensiones de virreyes! Santiago, Santiago de León, semejanza nuestra! (pág. 144).