El Cuadro de Mando Integral (CMI) ha sido catalogado en la literatura
gerencial como una herramienta de amplia aceptación en el mundo
organizacional y de indiscutible proyección en la investigación académica
(Porporato y García, 2007, pág. 18). En el marco de este entusiasmo han
emergido afirmaciones y evidencias empíricas que atribuyen al CMI un sitial
sobresaliente, como herramienta de apoyo a la gerencia estratégica (Banchieri
y Campa, 2012a, pág. 2; Urrea, Jiménez y Escobar, 2004, pág. 25).
Sin embargo, algunas investigaciones ponen en tela de juicio estas
aseveraciones, al mostrar resultados según los cuales, dentro de los contextos
analizados, la aplicación del Cuadro de Mando Integral abarca un porcentaje
reducido de las empresas objeto de estudio (Banchieri y Campa, 2012b, pág.
14; Quesado, Aibar y Lima, 2012a, pág. 117), en contraposición a las
afirmaciones que atribuyen a la referida herramienta un amplio arraigo en la
realidad organizacional. Según sugieren Banchieri y Campa (2012c, pág. 14),
esta disparidad pudiera explicarse, por la tipología de las empresas
estudiadas, ya que los trabajos cuyos resultados muestran una vasta
aplicación del CMI se enfocan en universos organizacionales constituidos por
grandes empresas, originadas en países desarrollados.
A los planteamientos que refutan el extendido uso del CMI, se suman
algunas posturas escépticas en torno a la validez de las hipótesis de este
instrumento (Norreklit, 2000a, pág. 82). En el mismo orden de ideas, se ha
proporcionado evidencia empírica que cuestiona el supuesto equilibrio
existente entre los elementos financieros y no financieros que conforman la
herramienta analizada (Lipe y Salteiro, 2000a, pág. 284). Adicionalmente, la
literatura de gestión da cuenta de algunos estudios que aportan elementos
para argumentar los tropiezos que enfrenta el CMI en su implantación (Waal y
Counte, 2009a, pág. 377; Wagner y Kaufmann, 2004a, pp. 273-278).
A la luz de los contrastes y cuestionamientos expuestos, resulta
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Arbitrado
1. Introducción