Este proceso reflexivo de construcción personal implica en sí mismo un
proyecto de vida que orientará nuestra acción en las instituciones educativas,
en las cuales tendremos como misión impartir una enseñanza universal
centrada en la condición humana. Al respecto, Morín (2010), expresa:
“Estamos en la era planetaria; una aventura común se apodera de los
humanos donde quiera que estén. Estos deben reconocerse en su humanidad
común y, al mismo tiempo, reconocer la diversidad cultural inherente a todo
cuanto es humano” (pág. 68).
Por esta razón es que la educación no puede lograr su objetivo si se
mantiene alejada de los alcances de la ética, pues educar, según Morín
(2009), es:
formar el carácter, en el sentido más extenso y total del término:
formar el carácter para que se cumpla un proceso de
socialización imprescindible, y formarlo para promover un
mundo más civilizado, crítico con los defectos del presente y
comprometido con el proceso moral de las estructuras y
actitudes sociales (pág. 72).
Por tanto, educar en la era planetaria significa formar el perfil del niño
hacia una estructura mental forjada en los valores comunes, de esta manera
anular el individualismo y el egoísmo producto de pensar solo en sí mismo,
repensar en el bienestar colectivo permite imaginar un mundo mejor, la idea
es contribuir a dejar este mundo mejor de lo que lo conseguimos. Educar
entonces no se limita al simple hecho de impartir una asignatura con
competencias específicas que debe demostrar al final de un año escolar, este
complejo proceso requiere de una tenacidad que va mucho más allá del aula
de clases, porque el individuo comprometido en promover una sociedad
civilizada lleva consigo de manera permanente este compromiso, compromiso
que es una representación de la ética y la moral que se manifiesta
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Arbitrado
un sentido crítico, como seres humanos comprometidos en vivir mejor.