MANUEL
CORRAL VIDE
En resumen, las transformaciones en el arte culinario están relacionadas con las condiciones físicas, psicológicas y culturales de los pueblos, los cambios económicos, sociales, por migraciones, por imposición de las modas, y por el contacto con otros pueblos, y el intercambio de alimentos y costumbres. La mayoría de las civilizaciones antiguas ofrecían comida a los dioses y a sus muertos. Es lógico pensar, entonces, que eso los impulsó a mantener las recetas tradicionales. Pues, no se podían arriesgar a que dioses y antepasados se irritaran ante la presencia de platos que desconocían. La investigadora Rosario Olivas Weston, en su libro“ La cocina de los Incas”, nos recuerda:“ En el Cusco se daban todas las manifestaciones de la vida regalada de los principales linajes incaicos. Al morir, los miembros de estos linajes conservaban su servidumbre, vajilla, ropa, tierras, pastos, ganado, y todo lo que en vida le correspondía. Era como si las momias de los antepasados tuvieran vida después de la vida, porque a ellos también se les daba de comer, de beber, y participaban en todas las fiestas”. Costumbres similares encontramos desde Babilonia a Egipto, de Oceanía al África, de las Islas Británicas al Cáucaso, de Japón a América. Una tradición que se mantiene hasta el presente en sitios donde se mantiene la silla y el plato en la mesa del fallecido, para compartir la comida de cada día. Y si bien en la mitología germana, en los banquetes del más allá, un jabalí renacía después de ser comido, en Mesoamérica, el“ Hacedor” utilizaba la comida que los vivos destinaban a los muertos para agasajar a las almas buenas en banquetes interminables, donde no faltaba el maíz y la chicha.
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