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Luego de terminar mi cigarro y, sin dudar, me acerqué al grupo de cuarentones que bailaba con estas dos chicas, llegando directo al frente de quién no me quitaba la vista de encima. —Te queda bien el rojo —le dije al oído. Ella me contestó con un acento andaluz que incentivó aún más mi agradecimiento al pulento. Bailamos coqueteando, conversamos coqueteando y luego fuimos a mi habitación donde yo, un hombre 100% árabe, se trenzó con una mujer andaluza, o sea, descendiente de árabe, en una guerra santa que abarcó la cama, el suelo, el baño y el pasillo. Fue extenuante y excitante, tanto así, que tuvimos que recurrir al bar nuevamente para hidratarnos. Ahí, nos juntamos con su amiga, quien seguía siendo tentada por el grupo de cuarentones, los cuales no tuvieron mi suerte. Estas dos chicas recién separadas buscaban vivir lo que no habían hecho en sus años de matrimonio, y ahí estaba yo, un buen samaritano que las ayudaría en lo que fuera necesario. Al día siguiente, llegamos al puerto de Livorno, nos bajamos con mi amigo el mago y algunos del staff del barco para almorzar y caminar por el puerto. Las italianas que caminaban por las ferias eran todas elegantes, exquisitamente vestidas, exudando erotismo por sus poros, mientras que los hombres bien parecidos causaban el mismo efecto en las mujeres extranjeras que por ahí caminaban. www.revistasapo.com 44