CRÓNICAS DEL GOZADOR PROFESIONAL
Era mi segundo día en el crucero por el Mediterráneo, al cual fui invitado por mi amigo, el mago del barco, Mauricio Dollenz. Junto a él, Tatiana, su novia brasileña y cantante del crucero, el humorista, el ballet, el sonidista, el tipo del bar, el crupier de la mesa de Black Jack, en fin, toda la familia de alta mar ya me conocía, me sentía como en casa. Esa tarde llegamos al puerto de Mallorca, nos bajamos en la isla y fuimos a dar unas vueltas hasta que nos quedamos en una playa con muy poca gente. Ahí, nos dormimos una siesta mientras el barco estaba anclado en el puerto, esperando a que los pasajeros volvieran para seguir el viaje. Ya de vuelta en la embarcación, la ducha de rigor para sacar la sal del cuerpo— no puede faltar—, luego a cenar y en la noche, una fiesta donde todos los pasajeros podrían bailar, disfrutar del bar abierto, de la música y de la cálida brisa marina que abrazaba nuestros cuerpos en la terraza del crucero.
Llevaba mi segundo cuba libre mientras observaba cómo un grupo de amigos de unos 45 años, mostraba su plumaje a dos mujeres solteras, esperando que alguna de las dos quisiera completar la etapa de reproducción de la especie con el ganador. Las chicas estaban bastante bien, entonces se pusieron a bailar en grupo, al punto que yo observaba como una de ellas me miraba esbozando una sonrisa de manera constante. Me puse algo coqueto: recurrí a mi cara de enigmático, enciendo un cigarrillo y di sorbos a mi cuba libre, devolviendo esa mirada que no ocultaba sus intenciones. Un crucero gratuito, amigos, fiesta y una chica guapa eligiéndome con su mirada, cómo no agradecer a Dios todo lo que me estaba pasando.
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