Bacalar es de esos pueblos que se pueden
recorrer a pie y toda la gente se conoce o son
familiares. Es de esos lugares que, a pesar
de ser pequeños, las personas se demoran
en ir de un punto a otro ya que siempre
se encuentran con alguien y se ponen a
conversar por varios minutos. Pero también
es como aquellos sitios que se convierten
en pueblos fantasmas durante la hora de
almuerzo: el comercio cierra y en las calles no
hay personas ni autos. La principal causa es
el calor, que solo deja como opción sentarse
en una banca y tomar agua o cerveza, los que
se convierten en un bien muy preciado al
mediodía.
El pueblo, con cerca de 10 mil habitantes,
tiene tan pocos autos que es fácil salirse de
la acera y caminar por la calle. Dominan las
casa de un piso que se ven desde la calle.
La arquitectura de Bacalar.
Son pequeñas, muchas sin terminar y algunas
incluso con el color gris del cemento con el
que fueron construidas, las casitas. Es que
la vida es mucho más simple por esta zona
de México, donde poca gente conoce de
Whatsapp, Instagram o Twitter.
Jaime Terrazas es un joven de 25 años de la
Ciudad de México. Dejó sus estudios para irse
a trabajar a Bacalar por techo y comida. Ahí
lo recibió el hostal Casa China, un proyecto
ecológico que es el único lugar con influencia
asiática de todo el pueblo. Según Jaime, que
se desempeña como recepcionista y a veces
se preocupa del huerto del hostal, es el boca
en boca lo que atrae a los turistas, que se van
encantados por la tranquilidad y el amistoso
ambiente del pueblo.
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