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Los que tenemos cierta edad, los
médicos y cardiólogos no recomiendan
tomar una copa de vino tinto con la cena,
no nos sorprende. Nuestras abuelas, ya
recomendaban lo mismo hace siglos. Basta
recordar, junto a ello reconocer aromas,
sabores, en el plato que degustamos en
compañía. En lo posible, no comas solo. Un
cocinero sirve para incentivar encuentros.
Un cocinero también sirve para enamorar,
si hemos de creerle a Isabel Allende cuando
confiesa que cayó seducida por su marido
norteamericano al verlo con pantalón corto y
mandil, eligiendo ingredientes y cocinando un
platillo para compartir. Me pueden tomar por
romántico pero a mi modo de ver, la cocina,
junto con la poesía, será el último reducto
de la humanidad. Caerá sólo vencida por las
máquinas y la tecnología, si el apocalipsis
finalmente llega. Mientras eso no suceda
(y esperemos nunca suceda), síganme a la
cocina. Vamos a hervir medio litro de agua,
antes del punto de ebullición, espolvoreamos
setenta y cinco gramos de harina de maíz y
revolvemos para evitar grumos. Al levantar
hervor, echar una pizca de sal, dejar cocer
diez minutos sin dejar de revolver. Enseguida,
se distribuye el contenido en unos cuencos
pequeños, se dejan enfriar un poco y se
vuelca leche fría por encima. En tiempos de
escasez, estas papas de maíz calentaban
la panza de los aldeanos antes de irse a
dormir. Los cocineros, ante todo, sirven para
reconciliarnos con el pasado, amar nuestra
cultura, y fortalecer con su trabajo nuestra
identidad. Mientras haya cocineros decentes
frente a los fuegos, revolviendo en el caldero
con paciencia y amor, no se quemará nuestro
futuro. ¡¡Salud, mis amigos!!
Desde Buenos Aires, Argentina:
Chef & periodista.
MANUEL
CORRAL
VIDE
Chef & periodista.
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