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No fue un final feliz, como el de los cuentos infantiles con princesas y príncipes azules. Aquellos cuya frase emblemática era: fueron felices, y comieron perdices. Algunas personas interpretaron que se refería el dicho de que con amor y agua era suficiente, similar a contigo, pan y cebolla. Pero no es así, ya que hubo una época en que la perdiz era un manjar caro que sólo podían permitirse nobles, aristócratas o alto clero. En España, durante mucho tiempo, el animal favorito para la caza (hace unos meses salió a la luz fotografías del dictador Franco y comitiva, orgullosos posando en medio de unas 4600 perdices masacradas, todo un récord). No es raro, pues en los finales de los cuentos, además de una boda, se añadía un alimento de alta cocina. Imagino un plato que me encanta: “Perdiz rellena de ostras, envueltas en repollo”. Aquí el cocinero, o su arte culinario, sirve para reconfortar después de una apasionada noche de bodas. Se trata de rellenar las perdices, limpias, con la carne de las ostras, envolverlas en hojas de repollo y atar con un bramante. Se llevan a una cazuela profunda, se cubren con caldo limpio, se echa una cabeza de ajo sin pelar, cebolla, perejil en rama, aceite, vinagre, cuero de jamón, se cuece a fuego suave una hora y media: Se sirven desatando el repollo, salseando con el mismo líquido de cocción ligado con fécula. Medieval, contundente, simple. ¿PARA QUÉ SIRVE UN COCINERO? www.revistasapo.com 40