REVISTA SAPO GORMET REVISTA SAPO GOURMET 03 | Page 32

¿COCINA O BARBARIE? Como solemos afirmar cada vez que podemos: todas las cocinas nacionales son producto de fusiones. El show business nos plantea una trampa al banalizar el acto de cocinar, algo inaccesible, una diversión. Cocineros como clowns, comediantes de la legua, faranduleros, una troupe que juega con los alimentos ante una audiencia que no relaciona su stand up comedy sin sentido con la acción de comer, ni con el placer, ni con los sabores entrañables que dan sentido a nuestra antigua costumbre de reunirnos alrededor de una mesa, de identificarnos a partir de un modo de elaborar los platos, y el uso de determinadas materias primas. Los antiguos recetarios estaban destinados a convivir con distintos ingredientes en las alacenas de las cocinas. Su consulta era permanente, sus fórmulas puestas en práctica para regocijo del grupo familiar. Ahora se publican libros lujosos, a todo color, de gran formato, para ser exhibidos en las bibliotecas en el sitio que antes ocupaba la Enciclopedia Británica, el Diccionario Espasa-Calpe o las Obras Completas de Shakespeare. Objetos para presumir de cultos o informados, para ser leídos muy rara vez. Pronto, las cocinas, en sí mismas, pasaran a ser un objeto sin uso en las casas. ¿Y entonces? Sin duda, debemos recuperar los valores que nos definen como humanos, nos diferencian de los animales salvajes. Decía Clermont-Tonnerre que “son las gentes con imaginación, casi siempre, las que comen mejor, quizá porque asocian su sustancia terrenal al lugar de donde son, y perciben entonces hasta su mismo meollo el lazo que los ata a la tierra que los soporta; sienten la secreta esencia de las cosas incorporarse a la suya, y así comulgan con su tierra en un festín de amor”. Algún aspirante a cocinero me dirá: ¿para qué sirve tanta poesía a la hora de cocinar? Pues, amigo, le diría, si no tienes sensibilidad no puedes ser cocinero, dedícate a otra cosa. Y no relaciono sensibilidad con títulos universitarios. Soy de una época en que veía a las cocineras en casa o los maestros en los restaurantes, usar “el dedito gustador” para probar caldos y salsas, buscando el punto de cocción y sabor con el mismo gesto que seguramente tenía Neruda tratando de atrapar la palabra justa para su poema, o Rossini persiguiendo la nota precisa para alguna de sus óperas. 32 www.revistasapo.com