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¿Quién no recuerda, eso sí, las cascadas,
abanicos, glorias y soles fijos que hacía estallar
para la fiesta de San Donato, por ejemplo, aparte
de las consonantes bombas de estruendo que
reventaba en procesiones y remates y que se oían
hasta Irala o Cucha-Cucha, según soplase el
viento, y era el propio mundo que saltaba en
pedazos?
Aquel año del encuentro engendró para la fiesta
de San Isidro Labrador, de este pueblo protector,
sus famosas piezas pírricas de formidable
combustión. Las piezas pírricas mediante fuegos
fijos, esto es, que hacen su efecto sin dar vueltas,
según se conocían hasta entonces, eran fáciles de
prender mediante el simple recurso de mechas de
comunicación.
El maestro Pelice, en cambio, que era un
verdadero artista creativo, prosiguiendo y
mejorando los fogosos estudios del maestro
Ruggieri, perfeccionó in extenso los fuegos
pinicos alternando piezas fijas con piezas
giratorias, lo cual es de suma perfección si se tiene
en cuenta que el movimiento de rotación se opone
per sea que se establezca la comunicación entre
las piezas. El sutil rebusque se basaba en una
fuerte broca colocada horizontalmente sobre un
sólido poste de madera y que servía de eje a todas
las piezas, de las más simples a las más
complicadas,
combinando
en
ajustada
competencia de ingenio soles fijos, estrellas,
glorias, patas de ganso, aspas de molino y las
maravillosas espuelas de fuego de su exclusiva
invención. Inspirado por la alada figura de la
señorita Haydée, el señor Pelice llegó incluso a
fabricar aquella atronadora pieza en espiral,
compuesta de fuegos giratorios y de una hilera de
lanzas que suben circularmente y forman, cuando
la pieza gira, una espiral de fuego de enorme
pasmo y majestuoso incendio, que disparó para la
noche del 9 de Julio de 1935.
Esa misma noche, en la casita que habitaba en las
afueras del pueblo sobre el camino de tierra a las
Aguas Corrientes, después de encender cuantas
velas y lámparas tenía y distribuirlas por toda la
casa y aun en el jardín, el señor Pelice se
estableció frente a su escritorio de persiana y tras
Perfumada noche
suspirar largamente mientras se rascaba la cabeza
con una lapicera de pluma de pavo escribió con su
hermosa letra bastarda de curvas rotundas y el
sesgo conexivo de 309, como se prescribe, la
misma con la que copiaba las fórmulas del
maestro Julio Rossignon, autor del Nuevo Manual
del Cohetero y Polvorista editado por la librería
de la Vda. de Ch. Bouret, su primera carta a la
señorita Haydée, inspirada libremente en el
Corresponsal del Amor, Estilo Moderno de Cartas
Emotivas y Pasionales. Como, según las
apariencias, sobrepasaba en varios años a la
señorita le pareció atinente utilizar como modelo
la carta de un viudo pidiendo relaciones a una
soltera, aunque él, con propiedad, no fuese viudo
de mujer sino más bien viudo de costumbre.
Releyó un par de veces la carta a la luz de la
lámpara de aceite de tubo alto y luz espesa, que
era su preferida y que cuando se adormecía lo
despertaba con breves y susurrantes chisporroteos
de la mecha, como si chamuyara. La plegó con
cuidado, la besó ladeando sus bigotes de
manubrio y la metió en un sobre perfumado. A
esta carta nocturna siguieron otras muchas,
puntualmente una por semana, pero el señor
Pelice no llegó a despachar ninguna. Prefería
rellenar con ellas las bombas de estruendo, que
ahora sonaban un poco más apagadas o huecas,
aunque sólo él lo notase, y desparramarlas en mil
pedacitos sobre los techos del pueblo. Algunos de
esos pedacitos cayeron en el patio de canteros
elevados de la casa de la señorita Haydée
Lombardi, aunque lamentablemente el día de la
carrera de las Doce a Bragado, cuando disparó
una bomba para la largada, un papel chamuscado
que decía "Mi adorada Haydée" cayó con tan
mala leche que fue a dar en el patio de la señora
Haydée Bonsignore y más precisamente casi a los
pies del señor Bonsignore, que tenía la sangre
caliente, y se armó una podrida de calendario.
El señor Pelice seguía transcurriendo exacto,
puntual todas las tardes por frente a la casa de la
calle Saavedra y allí estaba siempre la señorita de
visu, cada día más blanca y leve, casi
transparente.
La señorita Haydée Lombardi murió de tabardillo