Revista Posada Almayer 5 Almayer 5 | Page 10

Almayer 5 La mujer que supo habitar su tiempo/ Cristian Ambario Conocí a la maestra Obdulia en el año 2011, en una de mis primeras actividades culturales que realicé en el Museo Arqueológico de Zihuatanejo que, por ubicarse junto al mar y otorgar las facilidades para utilizar las instalaciones, pensé que era el lugar ideal para disfrutar de unos momentos de lectura. Me la había presentado el profesor Lamberto Ibares Solís, a quién ya tenía tiempo de conocer. A pesar de que la maestra era una persona reconocida por defender los derechos humanos y del medio ambiente, nunca había escuchado hablar de ella. De hecho, no conocía a nadie del ámbito social y cultural del puerto. Soy sincero, no recuerdo las palabras que me dirigió en ese momento. La única imagen que guardo en mi memoria es la afable sonrisa que me brindó y la sensación de una gran tranquilidad que emanaba de su ser. Nunca pensé que la maestra, años más tarde, se convertiría en una de las pocas personas que admiraría y que darían sentido a mi quehacer cultural. Decidí aprovechar este espacio para recordar, no a la luchadora social, sino a la mujer que me brindó su amistad y que me vio como un hijo. La mujer que supo habitar su tiempo: su casa junto al mar. El mar que supo responderle y al que defendió hasta el último de sus días. La Mtra. Obdulia y Cristian Ambario, manifestándose. (Fotos en ésta y siguiente página, facilitadas por Cristian Ambario) El mandarino Todos los árboles que habitan la casa de la maestra Obdulia tienen una historia que contar. No sólo sus presencias embellecen el entorno, algunos tienen ciertas características que rayan en lo maravilloso. En su patio de piso de tierra crecieron un mango, un limón, un nanche, un guanábano, un mandarino, tres almendros y un nim que, además de dar sombra, ofrecen sus frutos de la estación. Por lo general eran los mangos, los nanches y los limones los que se podían encontrar en la mesa del pasillo que está junto a la cocina. Me atrevo a asegurar que es de las pocas casas del centro de Zihuatanejo que tienen una gran variedad de árboles. En los inicios de mi amistad con la maestra todavía logré ver algunas partes del mandarino verde. Podría decir que casi un tercio de su cuerpo vegetal sobrevivía con dignidad. El resto, una mancha negra que más tarde lograría invadir al árbol por completo. Sus endebles ramas ofrecían unas mandarinas pequeñas y de piel oscura. De escaso jugo y sin sabor. Le habían colgado un bebedor de colibríes para que el pobre árbol no se viera tan tenebroso. Al menos así me gustaba pensarlo. “Se cubrió de luto por la muerte de mi viejo hace ya algunos años” me platicaba la maestra. En ocasiones le preguntaba al mandarino que hasta cuándo iba a 6