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hedonismo. Los valores de supervivencia debían ser, por definición, los preferidos. Sin duda por eso se han conservado tan pocos textos líricos, contemplativos u orantes. El matrimonio, como se ha comentado en otros apartados, era concebido, en primer lugar, como la alianza entre dos clanes o familias. Aquí añadiremos que el concubinato formaba parte de las costumbres. Un hombre rico podía tener varias concubinas, pero esto no tenía ninguna consecuencia legal, puesto que la concubina no tenía parte en la fortuna de su concubinario, ni en su herencia, salvo estipulaciones expresas. Los hijos nacidos de esta relación no tenían tampoco acceso a la herencia de su padre, a menos que este último hubiera decidido otra cosa. Es posible que estas disposiciones hayan sido severas en tiempos lejanos. En la época vikinga, parecen mucho menos estrictas. Sucedía, incluso en las casas reales, que los bastardos no se distinguieran de sus hermanos legítimos y tuvieran acceso al trono. Y en todos los casos, el padre seguía teniendo la posibilidad de legitimar a su hijo natural. Si bien parece esta formalidad era relativamente sencilla en Suecia y en Dinamarca, donde bastaba que el padre pusiera al niño sobre sus rodillas delante de testigos para legitimarle, tenemos indicios de una costumbre mucho más pintoresca procedente de Noruega. Allí, el padre que deseaba introducir a su hijo ilegítimo en la familia, debía primero matar a un buey de tres años y fabricar unos zapatos con el cuero de la pata derecha del animal. A continuación, hacía una fiesta, en el curso de la cual se colocaba la bota en el centro de la habitación. Primero el padre, después el niño así reconocido, y a continuación todos los miembros de la familia, debían meter el pie derecho en esa bota, para expresar que tenían a este niño por su igual. En lo referente a la herencia, la práctica, por regla general, no se distinguía de las costumbres europeas. Mencionaremos sólo unos puntos interesantes. El primero se refiere al "arfsal" o cesión (literalmente, venta) de los derechos de herencia a un tercero que, a cambio, se encargaba de proveer a las necesidades de la persona que así actuaba: una especie de vitalicio, por tanto. Por supuesto, esto podía dar lugar a querellas, pero era una forma cómoda para un anciano, de terminar su vida al abrigo de la necesidad. Por otra parte, igual que el llamado "aetleiding" (rito que introduce a un individuo en una familia dada), está lo conocido como "arfleiding", que hace mención al hecho de dar acceso a la herencia a un nuevo heredero. Pero el rasgo más típico es el "odal", es decir, el patrimonio indivisible, especialmente los bienes raíces, cuya propiedad debía permanecer en el interior de la familia y, sobre todo, sin división. En virtud de este principio, correspondía por lo tanto a un hijo, que no era necesariamente el mayor, aunque sí generalmente, recoger el patrimonio. Aquel de los hijos que retomaba el odal debía dar una compensación a sus hermanos. De esta manera, la fortuna territorial de la familia permanecía intacta y esta disposición debía animar a los hermanos no admitidos en la herencia a buscar fortuna en otra parte, especialmente explotando nuevas tierras o buscando nuevos recursos, o también emigrando. En cambio, el heredero podía vender la tierra, a condición de compartir las ganancias con todos los herederos más próximos. Esto restaba rigidez al sistema. Pero tenemos