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La única cosa cierta es que no era la fantasía quien decidía la elección del nombre. Así
como no se puede olvidar que esta sociedad no conocía patronímicos propiamente
dichos y, por tanto, el nombre era esencial. Por lo demás, se era hijo o hija de su padre,
no de su madre, salvo cuando el padre era desconocido. Un detalle más: el número de
nombres no era ilimitado. De ahí, sin duda, la gran frecuencia de apodos que, a menudo,
tienden a sustituir al mismo nombre. De esos sobrenombres, muy numerosos y bastante
pintorescos algunos, no hay mucho que decir, pues no se diferencian de los que se
podían utilizar en otras partes.
Precisemos por último, que la sociedad en cuestión era decididamente patrilineal y que
los casos de matriarcado no se encuentran, al menos en la época que nos ocupa.
La mayoría de edad se solía alcanzar a lo sumo a los catorce años. Los niños aparecen
poco en los textos que nos han llegado. Sin embargo todo hace pensar que eran queridos
y correctamente educados. Se han encontrado pequeños juguetes de madera o metal que
no se distinguen de los que se utilizaban en otras partes. También existía la costumbre
en las familias de rango elevado en particular, de confiar los hijos por algunos años, a
fin de recibir educación, a un amigo, un personaje de alta posición, etc., a condición de
reciprocidad. Esta práctica llamada "fostr" contribuía a crear lazos de afecto a menudo
muy fuertes y, por supuesto, a extender el ámbito de influencia del clan. Muy
frecuentemente parece que hermanos adoptivos de este tipo se hayan considerado
hermanos jurados según el ritual que sin duda existió para tal ocasión. Uno de los
valores más sólidos que ha tenido la sociedad vikinga fue la amistad, especialmente la
amistad viril, donde el colectivismo era una especie de imperativo categórico. El
hombre vela para no permanecer solo, para rodearse de amigos y hermanos jurados, etc.
Según la costumbre, se hacía un regalo (tannfé) por el primer diente que le salía la niño
e pecho.
Que se sepa y, al menos en la época que nos ocupa, no existían ya ritos de iniciación o
de entrada en el mundo adulto como, de manera verosímil, se encontraron en los
tiempos más lejanos del paganismo. Si bien no es imposible que se esperara del joven
que se mostrara capaz de emprender una expedición vikinga, por ejemplo, no significa
que tuviera, en absoluto, que manifestar sus aptitudes guerreras, sino su capacidad para
afrontar los peligros de un largo viaje por mar, sean cuales fueran las peripecias.
Las personas ancianas se encargaban eventualmente de inculcar en el niño los
rudimentos del conocimiento del pasado, de su familia y de su clan. Faltan certezas
acerca de la instrucción que podía recibir el joven vikingo. Pero es necesario, no
obstante, que hayan existido maestros artesanos para enseñar su saber a los aprendices
y, quizás, alguna clase de maestros itinerantes o responsables de lo que en nuestros días
llamaríamos seminarios. Esto es válido para los escaldos, recitadores de textos en prosa,
así como para el derecho, cuya complejidad y elaboración eran tales que no es posible
considerar que su adquisición haya sido un simple asunto de transmisión oral.
En cambio, todo hace pensar que el niño pasaba por una sólida iniciación en algunos
deportes como la equitación o el juego de armas; no se excluye que en ciertos medios
particularmente distinguidos, el joven haya sido iniciado a esas difíciles artes del
párrafo anterior. En conjunto, la vida era ruda y la educación no podía incitar al