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únicas fuentes ciertas son las que él mismo cita en el prólogo de la Heimskringla: el
sacerdote Ari Thorgilsson y los poetas Thjodolf de Hvin y Eyvind Roba-Escaldas.
·Las
Las Runas.
Este tema es amplio y podría llegar a muy largas consideraciones. No haremos más que
dar una visión general. Por diversas razones, las runas han provocado, casi desde su
aparición, largos estudios cuyo carácter casi obligado, es la fantasía. Intentaremos
contemplar en este texto el balance de lo aceptado por la investigación y ofrecer las
informaciones
indispensables.
Las runas hacen su aparición hacia el año 200. El problema de su origen ha sido objeto
de eruditas disputas, hoy apaciguadas. Las runas derivan de las escrituras norditálicas,
variantes de la escritura latina clásica, por consiguiente. Las regiones en las que se
utilizaban estas escrituras eran conocidas por buen número de tribus germánicas,
especialmente escandinavas y son esas tribus las que las difundieron. Surgen con una
notable uniformidad en toda el área de expansión germánica y no son de ninguna forma,
en el origen, una especialidad escandinava. Existen primero bajo la forma de un
"alfabeto" de veinticuatro signos, llamado "futhark", por el nombre de las seis primeras
runas. La costumbre es repartirlas en tres grupos de ocho o "aettir". Los signos se
graban con un objeto puntiagudo sobre un soporte igualmente duro. Es decir, nos
encontramos ante una escritura exclusivamente epigráfica. No hay un texto largo en
runas.
Se ha debatido durante mucho tiempo el problema de la naturaleza de las runas. No son
signos mágicos, sino una escritura como cualquier otra, que puede servir tanto a fines
utilitarios como a intenciones mágicas. El argumento lingüístico es, en este punto,
decisivo. La fonología demuestra que los veinticuatro signos de este alfabeto cubren
todas las necesidades concretas del proto-escandinavo y que ninguno es inútil.
El proto-escandinavo, es una lengua perteneciente a la familia germánica, siendo ésta
una rama del indoeuropeo. Está por lo tanto completamente emparentada con otras
lenguas indoeuropeas. Un poco antes del comienzo de nuestra era, el germánico no se
había diferenciado todavía en subfamilias; oriental (el gótico), occidental (que dará poco
a poco el inglés, el alemán y el holandés), y septentrional (de donde surgirán los
actuales danés, sueco, noruego e islandés). No es sino, poco a poco, como se ve emerger
un primer estado de esa rama septentrional al que se le da el nombre de proto-
escandinavo (sueco urnordisk). Este proto-escandinavo se dividirá, a continuación, en
dos ramas, una oriental, que dará nacimiento al danés y al sueco, y otra, occidental, de
la que provendrán el noruego, el feroés y el islandés.
Todos estos idiomas poseen los caracteres específicos de las lenguas germánicas:
conocen un acento fuerte sobre la primera sílaba de las palabras; han sufrido lo que los
especialistas llaman la primera mutación consonántica (es decir, que las plosivas, p, t, k,
b, d, g, sufren ciertas modificaciones, en diacronía, según su lugar en la palabra con
respecto al acento tónico); tienen una declinación llamada débil del adjetivo (esto
depende del hecho de que el adjetivo epíteto vaya, o no, precedido por un artículo. Por
último, poseen una conjugación igualmente llamada débil de los verbos. Algunos, y este