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tiempo se conservaron las tradiciones literarias (y otras como las mitológicas)
escandinavas, lo que explica que, por ejemplo, en época cristiana se siguieran
componiendo poemas de tema religioso pagano. Con el cristianismo, el nuevo alfabeto
y el nuevo conocimiento de otras literaturas empujaron aún más el gusto islandés por la
literatura. Se empezó, como en otros lugares de la Europa medieval cristiana, a redactar
historias de personajes sagrados; primero en latín, pero enseguida en islandés. Este
paso, más rápido que en otros países europeos, a la lengua vernácula se vio favorecido
por la ya mencionada tradición literaria oral y por dos peculiaridades islandesas: el
mantenimiento de la lengua, sin cambios y prácticamente sin variaciones dialectales
como consecuencia de la igualdad social, relativa pero mayor que en ningún otro país
europeo, y el orgullo nacionalista, tan bien representado en las mismas sagas y, sobre
todo, en muchos thaettir. Los islandeses tenían sus modos de vida, y entre ellos encajaba
perfectamente expresarse siempre en su lengua, incluso para cosas que en otros sitios se
hacían en latín.
Comenzó así una considerable actividad literaria en lengua islandesa, en los géneros
usuales de la época. A veces traducciones, pero sobre todo creaciones propias, y en
todos los terrenos. Había historias del mundo e historias de los países (por ejemplo la
historia de Britania de Beda el Venerable, bien conocida en Islandia) y los islandeses
quisieron escribir también su propia historia. Como ésta era muy reciente, había dos
posibilidades: contar la breve historia de Islandia, especialmente los sucesos que
rodearon su descubrimiento y su colonización, o narrar la historia de Noruega, país del
que procedían la mayor parte de los colonizadores; como la historia de un país era la
historia de sus gobernantes, de sus reyes, la historia de Noruega, primer capítulo de la
de Islandia, se convirtió en las historias de los reyes de Noruega.
Y los islandeses trabajaron por todas estas vías: redactaron historias de la Virgen, de
santos extranjeros, pero también de sus propios obispos, popularmente santificados;
redactaron historias de los reyes noruegos, en su conjunto o individualmente y también
narraron la colonización de su propio país. Estos libros se escribían a la manera de cómo
se hacía en otras partes: recurriendo a las fuentes, que en Islandia eran casi
exclusivamente orales al principio; cuando hubo ya un corpus literario e histórico
importante, lo que sucedió enseguida, a esas fuentes orales se unieron las escritas, no
sólo islandesas, sino también extranjeras. Surgieron así, primero un breve "Libro de los
Islandeses", del sabio Ari Thorgilsson, siglo XII, luego sucesivos "Libros de
Colonización", anónimos algunos, de autor conocido otros; se escribieron historias
como las llamadas "Sagas de Obispos", resúmenes de la historia de Noruega como el
"Ágrip" ("Resumen"), historias del rey noruego Olav Haraldsson el Santo, etc. Podemos
decir que esta tradición culminó con una magnífica obra historigráfica: las "Historias de
los Reyes de Noruega" o "Heimskringla" de Snorri Sturluson, importantísimo político y
escritor islandés del siglo XII-XIII.
La Heimskringla es llamada así por las primeras palabras del texto: "El círculo del
mundo...", heims kringla en islandés. Se trata, para muchos, de la mejor obra de su
estilo en el medievo europeo; es un libro extenso, que trata las vidas de los reyes
noruegos desde sus orígenes míticos; su gran valor histórico va parejo con su
excepcional interés literario. Un elemento que llama la atención en toda esta literatura
islandesa, incluida la obra de Snorri, es la ausencia, comparativamente con las
tradiciones del resto de Europa, de ingredientes fabulosos. Los islandeses, realistas y