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arqueológicos; justo donde tenían que encontrarse se encontraron las cosas que se esperaban. El caso extremo, en cierto modo, o el más llamativo, es el de la narración de los viajes a Vinland (América del Norte), en la misma Saga de Erik el Rojo: las descripciones geográficas se han intentado identificar con el terreno de la costa nordeste de Norteamérica y algunas observaciones que en la saga se hacen sobre los indios parece coincidir exactamente con las que aportaron viajeros europeos en los siglos XVI y XVII: comidas extrañas, armas aún más extrañas, costumbres como dormir bajo una canoa volcada y otras muchas cosas aparecen en la saga y parece que luego se han confirmado. Y hoy día parece que no cabe duda de la presencia efímera de los groenlandeses e islandeses en Norteamérica y algunos restos arqueológicos encontrados en la zona es muy posible que sean de origen escandinavo. Todo ello parece apuntar a una considerable fiabilidad histórica en las sagas. Lo que, desde luego, no sería extraño si las sagas no fueran sino historias contadas oralmente sin modificación, prácticamente ni siquiera literal, desde la época en que sucedieron los hechos. La saga es, para los estudiosos partidarios de esta teoría, un género oral puesto por escrito varios siglos después de sucedidos los hechos; los escribas no hicieron más que poner sobre pergamino las historias que les contaban. Lo que explicaría, de paso, por qué las sagas son anónimas. Hasta aquí la teoría tradicional, romántica. Pero las cosas parece que no coinciden como debieran. Hoy día, la inmensa mayoría de los estudiosos de las sagas son de otra opinión: no se trata de un género oral, sino escrito, obra de autores individuales que las crearon en forma similar a como un novelista moderno crea una novela. Esta teoría, predominante hoy, tiene también sus variantes. Así, algunos llevaron esta idea de creación escrita personal a sus consecuencias extremas. No nos ocuparemos de estas opiniones tan desprestigiadas hoy como las que vimos en primer lugar, sino que tendremos en cuenta solamente lo que hoy día parece ser la explicación más plausible del origen de estas narraciones islandesas. Podemos explicar la aparición de las sagas escritas como resultado de una compleja serie de factores. Existían sin duda las narraciones orales a las que hemos hecho referencia; pero éstas eran breves y, posiblemente, carecían de la codificación que antes dijimos. Se tratarían de simples historias en las que se recogía información de varios siglos atrás, pero sin una considerable labor literaria. Antes sólo existía el alfabeto rúnico, que nunca se utilizó, que sepamos, para escribir textos extensos, sino sólo para inscripciones, mensajes, etc. (quizá también para escribir los poemas escáldicos, de los que luego hablaremos). Con el cristianismo llegó el alfabeto romano, que fue rápidamente adoptado y adaptado a las necesidades de la fonética islandesa. Pero llegaron más cosas. Entre otras, una relación con los centros de la ciencia medieval, por ejemplo París. Islandés fue el primer sacerdote escandinavo que estudió en la ciudad francesa. Llegó el conocimiento de la literatura latina medieval (y de algunas literaturas en las lenguas vernáculas) y algo de la literatura clásica latina. Así, los islandeses conocieron historias del mundo, historias de santos, de la Virgen, narraciones bélicas, etc., incluyendo algunas obras de ficción además de las puramente teológicas. Los islandeses tenían y un considerable interés por la literatura, reflejada en la poesía, sobre todo la escáldica, de los siglos IX al XII; el género escáldico llegó a convertirse en una especialidad literaria de monopolio islandés: islandeses eran los escaldas que viajaban por las cortes escandinavas y en las Islas Británicas. También fue en Islandia donde más