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Como los maestros "fin-de-siècle" del siglo VIII, los forjadores artísticos, los tallistas y
los escultores del alto siglo XI se contentaban con hacer variaciones sobre el repertorio
de formas de que disponían y lucirse con sus habilidades técnicas. Comparados con la
fulminante fuerza creadora de formas y la riqueza de ideas de los talleres de Oseberg, no
proporcionaron mucho más que una fría rutina. Con el estilo Urnes se inicia la
decadencia del arte vikingo. En regiones apartadas, la ornamentación nórdica subsistió
todavía algún tiempo. Como fenómeno artístico había terminado.
Microcosmos del Movimiento.
¿Qué se oculta detrás de este arte? ¿Qué nos dice sobre las fuerzas íntimas del mundo
nórdico? ¿Hasta qué punto puede iluminar el ámbito espiritual?
Ya hemos dicho que no se trata de arte en el sentido actual. Los maestros nórdicos no
pretendían elaborar ninguna imagen del mundo ni disipar las sombras del mismo. El
hombre les interesaba lo mismo que la sociedad o el aspecto de un paisaje: nada. No
hacían el arte libre ni realista; ni tampoco abstracto; ni monumental y heroico. Faltaban
en su vocabulario conceptos tales como naturaleza o realidad.
Su arte estaba tan libre de propósitos como el de los árabes que casi al mismo tiempo
aceptaron el legado de la Antigüedad. Y lo mismo que el arte islámico, el arte nórdico
servía para traducir sueños y visiones al lenguaje abstracto de la ornamentación. Tanto
aquí como allí cuajan rostros íntimos en un lenguaje que, sin embargo, es todo menos
realista.
Pero las obras de los maestros nórdicos, especialmente de los vikingos, no tienen nada
de la calma y la claridad del arte árabe. Su aliento va más deprisa, vibra de tensión. Una
alfombrilla para orar emana serenidad y armonía; el adorno de una hebilla de cinturón
nórdica pregona la inquietud y el apasionamiento. Estalla en erupciones de actividad y
violencia. Nada le es más extraño que el sosiego del soñador o la contemplación
tranquila y gozosa.
La ornamentación nórdica maneja lava volcánica. Sus gestos son ásperos, faunescos,
violentos; casi siempre complicados, a veces retorcidos. Su genio se despliega en un
"restallante fortissimo" de líneas que se acometen entre sí, que sin principio ni fin
describen curvas y círculos completos en la superficie que se les ofrece. Evita todos los
ángulos, todas las rectas, todas las formas definitivas de la geometría inferior con objeto
de dar un valor exclusivo al mundo de las matemáticas superiores.
Engendra un microcosmos del movimiento y de la autoafirmación activista y con ello
un símbolo del todo nórdico, un símbolo de lo que defienden los Ases y los Vanes: un
mundo atormentado por gigantes y espíritus malignos y que los vikingos no podían
representarse de otro modo que como un gigantesco campo de batalla.
En sus fantasías de líneas que se entrelazan, se anudan y se entresijan y que, aunque
tomen en préstamo objetos del mundo, en realidad permanecen sin objetos
identificables, impera, sin embargo, una razón clarividente. Un caos para el ojo
perezoso, una polifonía para el diligente. Porque cumplen reglas y leyes que rigen de
modo dictatorial. Entre ellos el objetivo no es sólo el de la movilidad, sino también el
del orden.