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Aterrorizada hasta la sumisión ante la aterradora descripción de su sombrío futuro en caso de que persistiera en su negativa, Gerda consintió finalmente convertirse en la esposa de Frey y se despidió de Skirnir, prometiendo reunirse con su futuro esposo en nueve noches, en la tierra de Buri, la arboleda verde, donde ella disiparía su tristeza y le haría feliz. Encantado con su éxito, Skirnir regresó veloz a Alfheim, donde le recibió Frey ansioso de conocer el resultado de su viaje. Cuando supo que Gerda había consentido en convertirse en su esposa, su rostro se iluminó por la alegría. Pero cuando Skirnir le informó que tendría que esperar nueve noches antes de poder contemplara a su prometida, volvió a entristecerse, declarando que el tiempo se le haría interminable. A pesar de su abatimiento de amante, sin embargo, el tiempo de espera llegó a su fin y Frey se dirigió veloz y dichosamente hasta la verde arboleda, donde fiel a su compromiso, encontró a Gerda, la cual se convirtió en su feliz esposa y se sentó orgullosa a su lado en su trono. Según los mitólogos, Gerda no es una personificación de la aurora boreal, sino de la Tierra, la cual, dura, fría e inflexible, se resiste a las ofertas del dios de la primavera de adorno y fertilidad (las manzanas y el anillo), desafía a los resplandecientes rayos del Sol (la espada de Frey) y sólo consiente recibir su beso cuando se entera que de otro modo se verá condenada a la aridez perpetua o entregada enteramente al poder de los gigantes de hielo (hielo y nieve). Las nueve noches de espera son símbolos de los nueve meses de invierno, al final de los cuales, la tierra se convierte en la prometida del sol, en los bosques donde los árboles están brotando con hojas y flores. Se dice que Frey y Gerda se convirtieron en los padres de un hijo llamado Fiolnir, cuyo nacimiento consoló a Gerda por la pérdida de su hermano Beli. Éste había atacado a Frey y había sido muerto por él, aunque el dios del Sol, privado de su incomparable espada, se había visto forzado a defenderse con un asta de venado que había cogido apresuradamente de la pared de su residencia. Además del fiel Skirnir, Frey tenía otros dos asistentes, una pareja casada, Beyggvir y Beyla, las personificaciones de los desperdicios y el estiércol del molino, dos ingredientes que, al ser usados en la agricultura con motivos fertilizantes, eran consiguientemente considerados como fieles sirvientes de Frey, a pesar de sus desagradables cualidades. El Frey Histórico. El poeta Snorri, en su Heimskringla, la crónica de los antiguos reyes de Noruega, afirma que Frey era un personaje histórico de nombre Yngvifrey, que gobernó Upsala tras la muerte de Odín y el Njörd semihistóricos. La gente disfrutó de tal prosperidad bajo su gobierno que creyeron que su rey era un dios. Por tanto, comenzaron a invocarle como tal, llevando su entusiástica admiración hasta tales extremos que, cuando murió, los sacerdotes, sin osar revelar el suceso, le tendieron en un gran túmulo en vez de incinerar su cuerpo como había sido costumbre hasta entonces. Después informaron a la gente que Frey, cuyo nombre era el sinónimo nórdico de señor, se había ido al túmulo, una expresión que se convirtió posteriormente en la frase vikinga para la muerte.