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que debía estar compuesto por un mínimo de cuatro animales. Confirman la alta categoría del caudillo de Ladby una hebilla de cinturón de plata maciza con adornos de hojas doradas, un plato dorado, una fuente de bronce, una vasija de madera de más de medio metro de diámetro, así como un tablero de juego. Otros veinticinco objetos más ya no fue posible identificarlos. En vida, el señor de Ladby, lo mismo que el caudillo de Mammen, había llevado vestidos bordados de oro y descansado sobre cojines y almohadas de plumas y ordenó que igual le dispusieran para su último descanso. En contraposición, su armamento era modesto. Aparte un escudo de hierro, el barco Ladby sólo contenía 45 puntas de flecha. Pero también se halló una explicación plausible para este fenómeno. Porque el señor de Ladby, ya en tiempos remotos, había sido despojado. Robado y en cierto modo hurtado él mismo. Los profanadores de tumbas habían abierto la colina funeraria y evacuado a su morador y, por cierto, lo habían hecho tan concienzuda y metódicamente, que no cabía hablar de un trabajo improvisado. Su acción había exigido por lo menos, según pudieron deducir los arqueólogos por las huellas que habían dejado, catorce días de esfuerzos. Se trataba, por tanto, de una excavación planificada. Pero el objetivo y el fin de la empresa sólo podían conjeturarse. Era posible que hubieran trasladado de noche al caudillo de Ladby porque sus familiares hubiesen decidido descuartizarlo, convirtiéndolo así en inofensivo; pero es más probable que en su colina funeraria, incluso después de la época de las misiones se siguieran celebrando sacrificios a los que, mediante la exhumación del muerto, se les preparaba un final cristiano. Las armas del gran hombre danés, enterrado alrededor del 950, debían seguir siendo utilizables en la época del traslado: lo mismo que el muerto cambió de morada, cambiaron ellas de poseedor. También Suecia conoce una serie de semejantes tumbas-barco. En Uppland, por ejemplo, se han examinado cementerios en los cuales, bajo casi todas sus colinas funerarias, como hacen suponer los pernos de hierro que se han encontrado, hubo en remotos tiempos un barco. Pero las tumbas-barco más grandiosas se han descubierto en Noruega. Ya en 1867, en la colina funeraria excavada en Tune en el margen este del fiordo de Oslo, arqueólogos nórdicos encontraron los restos mortales de un hombre que, junto con su caballo, había sido enterrado en la cubierta de popa de su barco calafateado con musgo y enebro. Los objetos que enterraron con él se conservaron mal. Aparte de una espada, un escudo, una punta de lanza, varias cuentas de cristal, restos de telas y finalmente de madera con adornos tallados, no se pudo identificar ningún objeto más. También la tumba de Tune fue saqueada por bandidos. Pero el barco y la colina de tierra, de ochenta metros de ancho, muestras inequívocamente que el señor de Tune había sido un hombre rico y poderoso que se había llevado consigo al más allá buena parte de sus pertenencias personales. También en el barco de Gokstad, descubierto en 1880 en el margen oeste del fiordo de Oslo, encontró su último descanso un acaudalado caudillo vikingo de vigorosa constitución, de 1´78 metros de estatura, al que se había enterrado en una cámara mortuoria de tosca constitución en forma de tienda de campaña, situada en la popa del barco, junto con doce caballos, seis perros y gran número de objetos. Desde la olla de bronce hasta el candelabro, desde la azada de madera hasta la lanza de cazador, desde los