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con sus barras de madera para que no la oyeran gritar y para que otras mujeres no se
asustasen y no quisieran ya morir con su señor.
"Entonces entraron seis hombres en la tienda y todos cohabitaron con la esclava. Después
la tendieron al lado del muerto. Dos hombres la agarraron por los pies, otros dos por las
manos y la anciana, a la que llamaban Ángel de la Muerte, le colocó un nudo corredizo
alrededor del cuello y alargó las puntas a los dos hombres para que tirasen. Ella misma
avanzó con un cuchillo grande y ancho, se lo clavó a la muchacha entre las costillas y lo
sacó. Los dos hombres la estrangulaban con el nudo, hasta que murió.
"Seguidamente se adelantó el pariente más próximo del difunto, tomó un madero y le
prendió fuego. Luego caminó de espaldas hacia el barco, vuelto su rostro al pueblo y en
una mano empuñaba el madero mientras la otra la tenía puesta en la parte trasera de su
cuerpo: iba desnudo y prendió fuego a las maderas que habían amontonado debajo del
barco. Luego se acercaron también los otros con sus maderas encendidas y las arrojaron
en la hoguera. Pronto ardió en llamas, primero el barco, luego la tienda de campaña,
luego el hombre y la muchacha y todo lo que el barco contenía.
"Sopló un fuerte viento, de modo que las llamas se hicieron aún mayores y el fuego, más
poderoso. Y ni siquiera había pasado una hora cuando ya el barco y la leña, la muchacha
y el muerto se habían convertido en cenizas. Seguidamente erigieron en el sitio donde
había estado el barco una colina redonda. En la cima colocaron un gran poste de madera
de abedul. En él escribieron el nombre del muerto y el nombre del rey de los Rus. Y
continuaron su camino."
Una descripción opresiva, cruel, aterradora, un relato que incluso después de más de un
milenio deja en suspenso. Pero no es ningún caso único. Otros viajeros árabes han
confirmado el minucioso relato de un enterramiento escrito por Ibn Fadlan.
Cuando alguien moría, cuenta Al Massudi, su mujer se quema viva con él y muchas
mujeres deseaban ardientemente convertirse en ceniza con sus maridos para seguirle al
paraíso. Y por Ibn Rustah sabemos que los varegos construían las tumbas de sus
caudillos, grandes, como casas espaciosas en las que además de ropas, armas y brazaletes
de oro, provisiones y monedas introducían también a las favoritas de sus noches. Las
encerraban con él mientras aún tenían vida. Luego se cerraba la puerta de la tumba y ellas
morían allí.
¿Fábulas, relatos de oídas, historias escalofriantes y de horror? De ningún modo. Los
arqueólogos han descubierto bastantes tumbas que responden exactamente a estos
relatos.
Los Grandes Arsenales de los Muertos.
Principalmente en Suecia se han encontrado numerosas tumbas-piras cuyas cenizas
contienen restos de armas, así como rastros de adornos femeninos: la señal más segura de
que una mujer seguía en la muerte a su marido o propietario; o mejor dicho: la
quemaban con él y quedaba convertida en ceniza.
También numerosas sepulturas bajo tierra han conservado los restos conjuntos de
hombres y mujeres. En las cámaras mortuorias de los ricos comerciantes de Birka, por