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llano? Sí. ¿Puede ser rico el equipo funerario? Sí. ¿O modesto? Sí. ¿O incluso pobre? Sí.
¿O incluso no contener nada? Sí. Cabría seguir preguntando en este tenor más de una
hora..."
Entierro de un Caudillo Varego.
Según las sagas, era deber inexcusable de un vikingo enterrar a los muertos, incluso al
adversario al que hubiera dado muerte. A un moribundo se le apretaban los labios y las
ventanillas de la nariz para que el alma pudiera escaparse más fácilmente. Al entierro,
como es natural, se invitaba a toda la estirpe. Seguía luego un banquete ritual entre los
potentados que duraba en ocasiones un día entero y estaba amenizado por cánticos que
ensalzaban la vida gloriosa del difunto. En Islandia, en estas comidas funerales, a veces
participaban más de mil personas.
La exposición más exacta, reveladora y sugerente de un enterramiento nórdico tenemos
que agradecérsela al secretario árabe de embajada Ibn Fadlan, que en 921-922 estaba en
algún lugar del Volga cuando un gran hombre varego emprendió su viaje al Walhalla.
Su minucioso informe empieza así: "Ya me habían contado muchas veces que después de
la muerte de sus caudillos hacen cosas de las cuales la menos importante era la
incineración del cadáver. Yo estaba muy interesado por poner aquello en claro. Un día
me enteré de que uno de sus jefes más prestigiosos había muerto. Lo metieron en la
tumba y lo tuvieron diez días, mientras se afanaban en cortar y coser sus trajes.
"A los súbditos más pobres les hacen un pequeño barco, los meten dentro y les prenden
fuego. Pero si se trata de un potentado, reúnen todos sus bienes y los dividen en tres
partes. Una tercera parte la recibe la familia, con otra tercera parte preparan los vestidos y
con la tercera restante fabrican "nabid" (una bebida alcohólica, probablemente hidromiel).
Porque se vuelven locos por el nabid y lo beben día y noche. Bastante a menudo ocurre
que uno de ellos muere con la copa en la mano.
"A la muerte de un caudillo, los miembros de la familia preguntan a las esclavas y a los
criados: "¿Quién de vosotros quiere morir junto con él?" Entonces uno de ellos responde:
"Yo". Y después de haberlo dicho, está obligado a cumplir su palabra. No tiene ya libertad
para volverse atrás. Aunque quisiera hacerlo, no se lo permitirían. La mayor parte de
quienes dicen "yo" son esclavas.
"Cuando murió, pues, el hombre que he mencionado, preguntaron a sus sirvientas:
"¿Quién de vosotras quiere morir junto con él?" Y una respondió: "Yo". Encargaron a
otras dos esclavas que la vigilaran y que estuvieran a su lado, adondequiera que fuese.
Luego empezaron a arreglar las cosas del amo, a cortar sus trajes y a prepararlo todo
según correspondía. Mientras tanto la esclava bebía y cantaba todos los días con una
alegría que reflejaba una gran felicidad.
"El día en que tenían que incinerar al muerto y a su sirvienta, fui al río donde estaba el
barco. Ya lo habían sacado a tierra. Cuatro pilastras angulares de abedul y de otras
maderas estaban preparadas y alrededor se alzaban grandes imágenes de madera
parecidas a personas. Entonces tiraron del barco y lo izaron encima de los soportes.
Mientras tanto, los hombres iban de aquí para allá y decían palabras que yo no
comprendía. Ínterin el muerto seguía aún en su tumba. Luego colocaron una banqueta