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tras la muerte no depende de la clase de enterramiento: por lo visto también un guerrero
quemado tenía asegurada una existencia bastante duradera, gozando de la lucha y demás
placeres terrenos en el Walhalla de Odín.
Siempre los restos mortales de un difunto se colocaban en una colina. Uno de los
axiomas del credo de la antigua mitología expresaba que una elevación del suelo era una
garantía de fuerza y, por tanto, de vida. Las colinas se consideraban centros de fuerza de
la Tierra.
Pero la situación y el trazado de las colinas mortuorias respondía a numerosas formas
especiales, en parte según el condicionamiento local. Los sitios preferidos eran los
promontorios de rocas junto al mar o pequeñas elevaciones en tierra desde las cuales el
difunto pudiese atisbar sus posesiones. Naturalmente, la altura de la colina funeraria
también variaba según la categoría y la riqueza del muerto. La mayor de las dos colinas
reales de Jelling, en Dinamarca, alcanza una altura de un casa de cuatro pisos.
Con frecuencia, los vikingos enterraron a sus muertos en una especie de habitaciones de
madera o en tumbas que son barcos. Los suecos y los noruegos, de preferencia, se han
inclinado por este último sistema de enterramiento. También aquí la investigación resulta
múltiple y variada. Muchos barcos acabaron con sus muertos en un montón de
escombros; clavos de cabeza redonda y pernos de hierro revueltos con cenizas humanas
son la característica principal de este tipo de inhumación. A menudo los restos de
cadáveres quemados se confiaban a un barco que no se quemaba o bien se enterraba al
mismo tiempo a barcos y pasajeros muertos.
Pero sólo los grandes hombres y las familias podían permitirse el lujo de una de estas
tumbas tan costosas. El campesino acostumbrado al mar se contentaba con un conjunto
de piedras dispuestas en forma de barco, esa sepultura que simboliza un barco y que ha
quedado hasta la actualidad en el paisaje nórdico como una característica del mismo que
no cabe olvidar.
En casi todos los casos se proveía a las tumbas de aditamentos, por lo general relucientes
y ostentosos, signo que denota claramente un espíritu pagano.
Adam de Bremen comenta, por ejemplo, que los noruegos enterraban en la colina, junto
con el muerto, sus bienes de fortuna, sus armas y todo lo que en vida había apreciado
más. Porque, como el alma seguía subsistiendo con una esencia corporal, debía estar
provista de todo lo que exige la vida cotidiana: las herramientas más preciadas, armas,
adornos y ropa, carne y pan, vino o hidromiel. A los reyes, caudillos y grandes
terratenientes se les proveía también de perros, caballos y esclavas.
El cuadro general del culto nórdico a los muertos es rico en variantes. Cabe decir que
difícilmente hay una situación más abigarrada, multifacética y confusa que la que se
presenta al investigador que se dedica al estudio de las tumbas de los vikingos del Norte.
Johannes Brondsted ha expresado así esta situación: "¿Practicaban la incineración? Sí.
¿Enterraban sin incinerar? Sí. ¿Puede tener la tumba forma de una gran habitación de
madera? Sí. ¿La de un modesto ataúd de madera? Si. ¿La de un gran barco? Sí. ¿La de
una lanchita? Sí. ¿O la de un barco simbólico, representado por piedras? Sí. ¿La de un
carro? Sí. ¿Puede estar colocada la tumba bajo una colina funeraria? Sí. ¿O en el suelo